Historia de España.
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Re: Historia de España.
En el cielo no se, pero en la tierra cien virgenes pueden escacharte la próstata...
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Re: Historia de España.
EL ORIGEN DE LA BANDERA "ROJIGUALDA"
Las constantes guerras entre los distintos paises europeos, marcaron la historia del continente en el siglo XVIII.
La llegada de Carlos III al trono de España, tuvo como objetivo iniciar una serie de reformas que llevasen al país; a los estandares de modernidad de la época, siguiendo los pasos de ese concepto político conocido como despotismo ilustrado.
Esas reformas llegaron a la sociedad civil y, como no, a la militar:
Carlos III era consciente de que en esos tiempos convulsos de guerras constantes, en los que el combate naval comenzaba a tener una grandísima importancia, suponía un problema el hecho de que la mayoría de los países utilizaran en sus buques de guerra pabellones en los que predominaba el color blanco. Este era el caso de estados europeos como Francia, Gran Bretaña, Sicilia o Toscana, a parte de la propia España. Dado que estaban frecuentemente en guerra entre sí, se producían lamentables confusiones en la mar, al no poder distinguirse si el buque avistado era propio o enemigo hasta no tenerlo prácticamente encima.
El origen es bastante humilde, ya que la actual bandera se eligio después de convocar un concurso; en el que escogieron entre 12 seleccionadas.
Carlos III eligió dos de ellos, a los que varió las dimensiones de las franjas, declarándolos reglamentarios el primero para la Marina de Guerra y el segundo para la Mercante. Para el primer caso, escogió una bandera con tres franjas horizontales, siendo rojas la primera y la tercera y amarilla la central, cuyo grosor sería el doble que el de las anteriores. Entraba así en la historia la bandera de España con los colores y la estructura que conocemos hoy en día.
Y por cierto, parece ser que, en el primer lugar donde se izó la "rojigualda" en tierra fué en Cataluña.
Las constantes guerras entre los distintos paises europeos, marcaron la historia del continente en el siglo XVIII.
La llegada de Carlos III al trono de España, tuvo como objetivo iniciar una serie de reformas que llevasen al país; a los estandares de modernidad de la época, siguiendo los pasos de ese concepto político conocido como despotismo ilustrado.
Esas reformas llegaron a la sociedad civil y, como no, a la militar:
Carlos III era consciente de que en esos tiempos convulsos de guerras constantes, en los que el combate naval comenzaba a tener una grandísima importancia, suponía un problema el hecho de que la mayoría de los países utilizaran en sus buques de guerra pabellones en los que predominaba el color blanco. Este era el caso de estados europeos como Francia, Gran Bretaña, Sicilia o Toscana, a parte de la propia España. Dado que estaban frecuentemente en guerra entre sí, se producían lamentables confusiones en la mar, al no poder distinguirse si el buque avistado era propio o enemigo hasta no tenerlo prácticamente encima.
El origen es bastante humilde, ya que la actual bandera se eligio después de convocar un concurso; en el que escogieron entre 12 seleccionadas.
Carlos III eligió dos de ellos, a los que varió las dimensiones de las franjas, declarándolos reglamentarios el primero para la Marina de Guerra y el segundo para la Mercante. Para el primer caso, escogió una bandera con tres franjas horizontales, siendo rojas la primera y la tercera y amarilla la central, cuyo grosor sería el doble que el de las anteriores. Entraba así en la historia la bandera de España con los colores y la estructura que conocemos hoy en día.
Y por cierto, parece ser que, en el primer lugar donde se izó la "rojigualda" en tierra fué en Cataluña.
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Re: Historia de España.
Diego García de Paredes.
Nacido en Trujillo, Cáceres, el 30 de marzo de 1468, y muerto en Bolonia, Italia, 15 de febrero de 1533. Militar español de valor temerario y extraordinaria fuerza física, combatió como capitán de infantería en las guerras de Granada, Grecia, Italia, Norte de África y Navarra.
En 1483 era soldado de las tropas de Isabel la Católica. Participando en la Guerra de Granada desde 1485 hasta la toma final en 1492. Destacado durante toda la campaña, asombra al ejército con sus proezas y se convierte en uno de los paladines cristianos del final de la Reconquista, entablando amistad con Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido por la historia como el Gran Capitán: amistad que habría de durar hasta la muerte. Se dice que Fernando el Católico le armó caballero por su propia mano.
Entró como capitán de la guardia personal del Papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja, Borgia en italiano) a finales de 1496 por mediación de Bernardino de Carvajal pariente suyo que estaba en el Vaticano. Esta recomendación y el hecho acaecido, en la que mató a cinco, hirió a diez, y puso fuera de combate al resto de una comitiva de italianos que habían echado mano de las espadas durante una disputa le sirvió de aval. Él solamente estaba armado con una pesada barra de hierro. El Papa. Alejandro VI nombró inmediatamente a Diego capitán de su escolta y se le encomendó la sagrada misión de cubrir sus espaldas.
Como capitán y guardaespaldas de los Borgia, intervino junto a las tropas españolas al mando del Gran Capitán en la captura del corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que se había apoderado de Ostia bajo bandera francesa, se encargó de tomar Montefiascone y participó en la Campaña contra los Barones de la Romaña (conquistas de Imola, diciembre de 1499, y Forlí, enero de 1500).
Por estas fechas, Paredes se vio involucrado en un suceso que produjo gran revuelo en Italia, a consecuencia del cual se produjo el cese de García de Paredes en el mando de su Compañía y su posterior encarcelamiento. El mentado suceso fue un duelo que se celebró en Roma con el capitán italiano Césare Romano que, no sabía con quien medía las palabras. Diego cortó al italiano la cabeza de un mandoble.
Fugado de la carcel y del ejército Papal, pasó a servir como mercenario del Duque de Urbino, enemigo de los Borgia. Después de la guerra de la Romaña, como no podía volver con el Pontífice ni había tropas españolas a las que incorporarse, pasó a servir como comandante de mercenarios italianos de la poderosa familia italiana de los Colonna.
A finales del 1500, García de Paredes fue enviado al asedio de Cefalonia, en Grecia, ciudad que los turcos arrebataran recientemente a la República de Venecia. Setecientos jenízaros defendían aquella fortaleza situada sobre una roca
de áspera y difícil subida que españoles y venecianos no podían rendir. Los turcos tenían una máquina provista de garfios que los españoles llamaban “lobos”, con los cuales asían a los soldados por la armadura y levantándolos en alto los estrellaban contra el suelo dejándolos caer de repente, o bien, los subían hacia la muralla para matarlos o hacerlos cautivos. Diego García de Paredes, se dejó llevar al muro cogido por los garfios, le pusieron encima de la muralla. El no soltó ni espada ni rodela, puso pie sobre las almenas y, una vez abierto el artefacto, quedó en libertad de acción para comenzar una lucha increíble pero completamente cierta; con violencia desenfrenada empezó a matar a los turcos que se acercaban para derribarle. Refuerzos y más refuerzos vinieron contra él, estrellándose ante la resistencia del hombre de energías asombrosas. Resistió heroicamente en el interior de la fortaleza durante tres días, hasta que, debilitado por el hambre, las necesidades fisiológicas y las heridas, se entregó a sus enemigos. Ante semejante muestra de coraje los turcos respetaron su vida y le tomaron prisionero Le encerraron en una torre, le cargaron de cadenas y le vigilaron celosamente a fin de pedir rescate. Los turcos resistían el asedio con desesperado valor, pero a los cincuenta días Gonzalo Fernández de Córdoba y Benedetto Pesaro acordaron dar el último asalto: los soldados escalaron los muros y penetraron en la plaza combatiendo a muerte.
Restablecidas sus fuerzas, Diego aprovechó para arrancar las cadenas de su prisión, echar abajo las puertas del calabozo, matar a sus captores con el arma que arrebató al centinela y dando tajos y mandobles colaborar en el ataque desde dentro hasta que se tomó la plaza. Solo quedaron ochenta turcos vivos, los demás habían perecido peleando con su valeroso jefe Gisdar.
En las murallas de Cefalonia, comenzó la leyenda de Diego García de Paredes: un hombre de fuerzas increíbles, resistiendo tres días contra una guarnición de soldados turcos ,sólo pudo encontrar semejanza en los relatos de las hazañas de Hércules y Sansón; con ellas lo ligó el comentario de la tropa, siendo conocido a partir de ese momento entre los soldados españoles como “El Sansón de Extremadura” y por aliados y enemigos como “El Hércules y Sansón de España”.
Diego se incorporó de nuevo a los ejércitos del Papa en 1501. La aureola de héroe alcanzada en Cefalonia valió el olvido de lo pasado, y César Borgia, nombró nuevamente a Paredes capitán en su ejército. Rímini, Pésaro y Faenza cayeron en las manos de los soldados del Papa; la resistencia de esta última plaza irritó tanto a César Borgia que ordenó pasar a cuchillo a todos los habitantes; Diego García de Paredes, se indignó al escuchar semejante atrocidad y se dirigió a César con determinación: “No esperéis tal cosa de mi brazo, yo os ayudo aquí como soldado y no como asesino, y no he de permitir ensangrentar una victoria”; César Borgia mandó indultar públicamente a los vencidos. Fue durante estas campañas cuando Diego coincidió con Leonardo da Vinci, por entonces al servicio de César Borgia como ingeniero militar.
En el año 1501 comenzó la segunda guerra de Nápoles entre el rey Fernando el Católico y Luis XII de Francia por el Reino napolitano. Diego se incorpora a los ejércitos de España a mediados de ese mismo año. Durante esta guerra, a las órdenes del Gran Capitán, participó en las conquistas de Cosenza, Manfredonia, Tarento, Arpino, Esclaví, Santo Padre, y finalmente Rossano (rendida en combate encarnizado tras recuperarse Paredes de una grave herida de bala de arcabuz que estuvo a punto de acabar con su vida). Diego se cubrió de gloria en los campos de Italia y luchó heroicamente en las más famosas batallas libradas en aquella época, entre ellas las de Ceriñola y Garellano de 1503. Durante una de las fases de esta última batalla, Diego llevó a cabo la más célebre de sus hazañas bélicas, recogida por las crónicas de la historia y, tal vez, engrandecida por su leyenda: herido en el orgullo tras un reproche injusto del Gran Capitán, Paredes, se dispuso con un montante en la entrada del puente del río Garellano, desafiando en solitario a un destacamento de 2.000 hombres, cifra aparentemente exagerada, pero, al parecer, mayormente aceptada, del ejército francés; Diego García de Paredes, blandiendo con rapidez y furia el descomunal acero, comenzó una espantosa matanza entre los franceses, que solamente podían acometerle mano a mano por la estrechez del paso, ahora repleto de cadáveres. Ni franceses ni españoles daban crédito a sus ojos, comprobando como García de Paredes se enfrentaba en solitario al ejército enemigo, manejando con ambas manos su enorme montante y haciendo grandes destrozos entre los franceses, que se amontonaban y se empujaban unos a otros para atacarle. Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño y se entabló una sangrienta lucha en la parte ancha del puente; al fin, dejando grandes bajas ante la aplastante inferioridad numérica, los españoles se vieron obligados a retirarse, siendo el último Paredes. En esta jornada heroica, entre muertos a golpe de espada y ahogados en el río, fallecieron quinientos franceses. La fuerza, la destreza y la valentía de Diego García de Paredes, ya extraordinariamente admiradas, llegaron en estos momentos a cotas difíciles de igualar.
Diego, que fue un hombre muy pendenciero y con un sentido del honor al límite, participó en numerosos duelos a lo largo de toda su vida: desde cuchilladas en reyertas de taberna con vulgares fanfarrones y matones hasta duelos concertados, extendidos bajo salvoconducto ante notario, frente a coroneles del ejército español, capitanes italianos o la élite del ejército. Diego García de Paredes jamás sufrió la afrenta de verse vencido, resultando imbatible para todos sus adversarios.
Cuando en 1504 Nápoles pasó a la corona de España y El Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes; Gonzalo quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado y nombró a Diego García de Paredes, con la autorización de Fernando el Católico, marqués de Colonetta. Tras el final de la guerra, Diego regresó a España como un auténtico héroe, aclamado por el pueblo allí por donde pasaba.
En cierta ocasión, mientras los nobles esperaban a que Fernando el Católico terminase sus oraciones, entró Paredes de forma súbita en la estancia, quien hincado de rodillas dijo: “Suplico a V.A. deje de rezar y me oiga delante de estos señores, caballeros y capitanes que aquí están y hasta que no acabe mi razonamiento no me interrumpa”. Todos quedaron asombrados, expectantes ante la posible reacción del Monarca por semejante osadía, pero Paredes prosiguió: “Yo, señor he sido informado que en esta sala están personas que han dicho a V.A. mal del Gran Capitán, en perjuicio de su honra. Yo digo así: que si hubiese persona que afirme o dijere que el Gran Capitán, ha jamás dicho ni hecho, ni le ha pasado por pensamiento hacer cosa en daño a vuestro servicio, que me batiré de mi persona a la suya y si fueren dos o tres, hasta cuatro, me batiré con todos cuatro, o uno a uno tras otro, a fe de Dios de tan mezquina intención contra la misma verdad y desde aquí los desafío, a todos o a cualquiera de ellos”; y remató su airado y desconcertante discurso arrojando el sombrero (otras versiones dicen que fue un guante) en señal de desafío. Fernando el Católico por toda respuesta le dijo: “Esperad señor que poco me falta para acabar de rezar lo que soy obligado”. El Rey permaneció unos instantes en silencio, dando lugar a que las personas implicadas en aquella trama dieran un paso al frente y defendieran su honor desmintiendo las acusaciones de Paredes. Sin embargo, ninguno de los presentes se arriesgó a romper el tenso silencio del ambiente y enfrentarse al Sansón extremeño: García de Paredes decía la verdad, había ganado una vez más. Después de concluir sus oraciones, el Monarca se vino hacia Paredes y colocando sus manos sobre los hombros de Diego, le dijo: “Bien sé yo que donde vos estuviéredes y el Gran Capitán, vuestro señor, que tendré yo seguras las espaldas. Tomad vuestro chapeo, pues habéis hecho el deber que los amigos de vuestra calidad suelen hacer”; y Fernando el Católico, sólo él, porque nadie se atrevió a tocarlo, hizo entrega a Paredes del sombrero arrojado en señal de desafío.
Durante un tiempo ejerció la piratería, en toda la extensión de la palabra, pues era bastante común que muchos de los guerreros de esta época se dedicaran a estas aventuras; Paredes fue proscrito y puesto precio a su cabeza, perseguido por las galeras Reales estuvo a punto de ser capturado en Cerdeña. Sus correrías llegaron a ser conocidas y temidas por todo el Mediterráneo, siendo sus principales presas mahometanos y franceses: “púsose como cosario a ropa de todo navegante: y comenzaron a hacer mucho daño en las costa del reino de Nápoles, y de Sicilia: y después pasaron a Levante: y hubieron muy grandes, y notables presas de cristianos, e infieles” .
El sueño aventurero de independencia no podía durar mucho; para el año de 1509 se hablaba de una gran empresa histórica: la conquista del norte de África. Tras recibir el perdón Real, García de Paredes, ahora como un simple soldado de Cristo, tomó parte en la Cruzada del cardenal Cisneros frente al infiel en tierras africanas. En 1505, Diego ya había participado en la toma de Mers-el-Kebir (Mazalquivir) y en ese año de 1509 participó en el asedio de la conquista de Orán. De regreso a Italia, un elemento del valor y la fama de Paredes no podía pasar desapercibido a los ojos del Emperador de Alemania, que buscaba reunir un ejército para intervenir en Italia por las posesiones de la República de Venecia. En el verano de ese mismo año (1509), Diego ingresó en las fuerzas Imperiales de Maximiliano I como maestre de campo. Sin embargo, la invasión fue rechazada y la empresa no llegó a rematarse (Sitio de Padua (1509)), aunque sirvió para que el capitán español lograra nuevos laureles heroicos ganando Ponte di Brentaera, el castillo de Este, la fortaleza de Monselices y cubriendo la retirada del ejército Imperial. A finales de año, Diego se incorporó en Ibiza a la Escuadra española, dispuesto a marchar de nuevo a África. En 1510, García de Paredes participó bajo las órdenes de Pedro Navarro en los asedios de las conquistas de Bugía y Trípoli, además de lograr el vasallaje a la Corona de Argel y Túnez. Regresó a Italia, incorporándose nuevamente al ejército del Emperador para ocupar su puesto de maestre de campo y defendió heroicamente Verona, desahuciada por las fuerzas Imperiales. Diego era ya una leyenda viva en toda Europa y fue nombrado coronel de la Liga Santa al servicio del Papa Julio II, luchando denodadamente en la batalla de Rávena, 1512 (derrota de la Liga Santa al mando de Ramón de Cardona, virrey de Nápoles, ante Gastón de Foix, duque de Nemours, a pesar del éxito demostrado por la infantería española que, mandada por Diego García de Paredes y Pedro Navarro, derrotó a la infantería francesa y a los lansquenetes alemanes, resistió la tremenda carga final de la caballería pesada del ejército francés, durante la cual perdió la vida Gastón de Foix, y logró retirarse con gloria entre la carnicería) y en la Batalla de Vicenza o Creazzo, 1513, donde quedó aniquilado el ejército de la República de Venecia.
Posteriormente, en el invierno de 1520, peregrinó a Santiago de Compostela como escolta del Emperador Carlos V, participó como Capitán en la Guerra de Navarra (Batalla de Noáin (1521), Batalla de San Marcial (1522), asedio al Castillo de Maya y asedio de la fortaleza de Fuenterrabía), ayudando a expulsar a los franceses del reino patrio, y acompañó al «César» en sus primeras campañas como Coronel de los ejércitos Imperiales, combatiendo valerosamente en la defensa de Nápoles y en la célebre Batalla de Pavía, 1525, donde los españoles hicieron prisionero a Francisco I, rey de Francia.
Tras regresar a Trujillo, el veterano héroe sintió una profunda soledad en sus últimos años después de las muertes de sus seres queridos y de su fracaso matrimonial con María de Sotomayor. Con el cabello y la barba ya encanecidos, el cuerpo lleno de antiguas cicatrices y el alma sangrante por su soledad, Diego abandonó definitivamente el terruño y viajó por toda Europa en el séquito Imperial de Carlos V, gran admirador del legendario luchador, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada, sirviendo en Alemania frente a los seguidores de Lutero. En 1532 acudió, una vez más, a la llamada del Emperador Carlos V y marchó a socorrer Viena, asediada por Solimán el Magnífico donde no fue preciso entrar en combate, pues visto el formidable ejército Imperial de más de 200.000 hombres, los turcos levantaron el asedio. En el año santo de 1533, tras regresar de hacer frente a los turcos en el Danubio, asistió a la coronación oficial del Emperador Carlos V en Bolonia, donde, falleció a consecuencia de las heridas recibidas al caer accidentalmente de su caballo en un juego fácil compitiendo con unos chiquillos. Antes de fallecer, conocedor de que su final estaba cerca tras la fatal caída, “parece que le place a Dios que por una liviana ocasión se acaben mis días”, dejó escritas sus memorias: Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes.
Cuando lavaron el cadáver antes de ponerlo en el sepulcro, se le halló todo cubierto de cicatrices, consecuencia de más de cuarenta años de activa vida militar dedicada al oficio de las armas. Los restos del Sansón de Extremadura fueron repatriados a España en 1545 y enterrados en la iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo, donde permanecen en la actualidad.
Diego García de Paredes tuvo dos hijos: Sancho de Paredes (n.1518), hijo legítimo de su esposa María de Sotomayor, y Diego García de Paredes (n.1506), hijo natural, del mismo nombre que el padre, nacido de los amoríos de Diego y Mencía de Vargas, que participó en la conquista del Nuevo Mundo y fundó la ciudad de Trujillo en Venezuela.
Diego García de Paredes fue un héroe a un tiempo histórico y legendario, mitificado por el pueblo y enormemente conocido en la España del Siglo de Oro. Las noticias que tenemos sobre García de Paredes se caracterizan por mezclar realidad y fantasía, pues la figura de este trujillano pertenece tanto a la historia como a la leyenda escrita y oral. Hombre de gran corpulencia, atlético y forzudo como un toro, considerado uno de los hombres de más fuerza que jamás se hayan conocido, de su fuerza hercúlea hay multitud de leyendas: durante uno de sus galanteos nocturnos “arrancó la reja que le molestaba mientras cortejaba a una dama” y, para no ensuciar su nombre, seguidamente “arrancó todas las demás rejas de la calle”, ocultando así la identidad de la joven. Cuentan también que “arrancó de cuajo la pila de agua bendita de la Iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo y se la llevó a su madre enferma para que se santiguase”, siendo necesarios seis hombres para devolverla a su sitio. Dicen que “detenía con sus manos la rueda de un molino girando a toda velocidad”, otras veces “detenía con una sola mano la marcha de una carreta de bueyes”, y que, habitualmente y sin mayor dificultad, “trasladaba enormes bloques de piedra granítica”.
La fama de Diego como guerrero fue tal, que Miguel de Cervantes inmortalizó sus hazañas en su obra universal, El Quijote:
“Un Viriato tuvo Lusitania; un César Roma; un Aníbal Cartago; un Alejandro Grecia; un Conde Fernán González Castilla; un Cid Valencia; un Gonzalo Fernández Andalucía; un Diego García de Paredes Extremadura...
Y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y puesto con un montante en la entrada de un puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella, e hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y escribe él asimismo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes.
No había tierra en todo el orbe que no hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado; había muerto más moros que tiene Marruecos y Túnez, y entrado en más singulares desafíos, según él decía, que Gante y Luna, Diego García de Paredes y otros mil que nombraba; y de todos había salido con victoria, sin que le hubiesen derramado una sola gota de sangre”.
Su sepulcro de Santa María la Mayor, en Trujillo, tiene un largo epitafio en latín, grabado en letras capitales, cuya traducción es la siguiente:
“A Diego García de Paredes, noble español, coronel de los ejércitos del emperador Carlos V, el cual desde su primera edad se ejercitó siempre honesto en la milicia y en los campamentos con gran reputación e integridad; no se reconoció segundo en fortaleza, grandeza de ánimo ni en hechos gloriosos; venció muchas veces a sus enemigos en singular batalla y jamás él lo fue de ninguno, no encontró igual y vivió siempre del mismo tenor como esforzado y excelente capitán. Murió este varón, religiosísimo y cristianísimo, al volver lleno de gloria de la guerra contra los turcos en Bolonia, en las calendas de febrero, a los sesenta y cuatro años de edad. Esteban Gabriel, Cardenal Baronio, puso este laude piadosamente dedicado al meritísimo amigo el año 1533, y sus huesos los extrajo el Padre Ramírez de Mesa, de orden del señor Sancho de Paredes, hijo del dicho Diego García, en día 3 de las calendas de octubre, y los colocó fielmente en este lugar en 1545.”
Nacido en Trujillo, Cáceres, el 30 de marzo de 1468, y muerto en Bolonia, Italia, 15 de febrero de 1533. Militar español de valor temerario y extraordinaria fuerza física, combatió como capitán de infantería en las guerras de Granada, Grecia, Italia, Norte de África y Navarra.
En 1483 era soldado de las tropas de Isabel la Católica. Participando en la Guerra de Granada desde 1485 hasta la toma final en 1492. Destacado durante toda la campaña, asombra al ejército con sus proezas y se convierte en uno de los paladines cristianos del final de la Reconquista, entablando amistad con Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido por la historia como el Gran Capitán: amistad que habría de durar hasta la muerte. Se dice que Fernando el Católico le armó caballero por su propia mano.
Entró como capitán de la guardia personal del Papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja, Borgia en italiano) a finales de 1496 por mediación de Bernardino de Carvajal pariente suyo que estaba en el Vaticano. Esta recomendación y el hecho acaecido, en la que mató a cinco, hirió a diez, y puso fuera de combate al resto de una comitiva de italianos que habían echado mano de las espadas durante una disputa le sirvió de aval. Él solamente estaba armado con una pesada barra de hierro. El Papa. Alejandro VI nombró inmediatamente a Diego capitán de su escolta y se le encomendó la sagrada misión de cubrir sus espaldas.
Como capitán y guardaespaldas de los Borgia, intervino junto a las tropas españolas al mando del Gran Capitán en la captura del corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que se había apoderado de Ostia bajo bandera francesa, se encargó de tomar Montefiascone y participó en la Campaña contra los Barones de la Romaña (conquistas de Imola, diciembre de 1499, y Forlí, enero de 1500).
Por estas fechas, Paredes se vio involucrado en un suceso que produjo gran revuelo en Italia, a consecuencia del cual se produjo el cese de García de Paredes en el mando de su Compañía y su posterior encarcelamiento. El mentado suceso fue un duelo que se celebró en Roma con el capitán italiano Césare Romano que, no sabía con quien medía las palabras. Diego cortó al italiano la cabeza de un mandoble.
Fugado de la carcel y del ejército Papal, pasó a servir como mercenario del Duque de Urbino, enemigo de los Borgia. Después de la guerra de la Romaña, como no podía volver con el Pontífice ni había tropas españolas a las que incorporarse, pasó a servir como comandante de mercenarios italianos de la poderosa familia italiana de los Colonna.
A finales del 1500, García de Paredes fue enviado al asedio de Cefalonia, en Grecia, ciudad que los turcos arrebataran recientemente a la República de Venecia. Setecientos jenízaros defendían aquella fortaleza situada sobre una roca
de áspera y difícil subida que españoles y venecianos no podían rendir. Los turcos tenían una máquina provista de garfios que los españoles llamaban “lobos”, con los cuales asían a los soldados por la armadura y levantándolos en alto los estrellaban contra el suelo dejándolos caer de repente, o bien, los subían hacia la muralla para matarlos o hacerlos cautivos. Diego García de Paredes, se dejó llevar al muro cogido por los garfios, le pusieron encima de la muralla. El no soltó ni espada ni rodela, puso pie sobre las almenas y, una vez abierto el artefacto, quedó en libertad de acción para comenzar una lucha increíble pero completamente cierta; con violencia desenfrenada empezó a matar a los turcos que se acercaban para derribarle. Refuerzos y más refuerzos vinieron contra él, estrellándose ante la resistencia del hombre de energías asombrosas. Resistió heroicamente en el interior de la fortaleza durante tres días, hasta que, debilitado por el hambre, las necesidades fisiológicas y las heridas, se entregó a sus enemigos. Ante semejante muestra de coraje los turcos respetaron su vida y le tomaron prisionero Le encerraron en una torre, le cargaron de cadenas y le vigilaron celosamente a fin de pedir rescate. Los turcos resistían el asedio con desesperado valor, pero a los cincuenta días Gonzalo Fernández de Córdoba y Benedetto Pesaro acordaron dar el último asalto: los soldados escalaron los muros y penetraron en la plaza combatiendo a muerte.
Restablecidas sus fuerzas, Diego aprovechó para arrancar las cadenas de su prisión, echar abajo las puertas del calabozo, matar a sus captores con el arma que arrebató al centinela y dando tajos y mandobles colaborar en el ataque desde dentro hasta que se tomó la plaza. Solo quedaron ochenta turcos vivos, los demás habían perecido peleando con su valeroso jefe Gisdar.
En las murallas de Cefalonia, comenzó la leyenda de Diego García de Paredes: un hombre de fuerzas increíbles, resistiendo tres días contra una guarnición de soldados turcos ,sólo pudo encontrar semejanza en los relatos de las hazañas de Hércules y Sansón; con ellas lo ligó el comentario de la tropa, siendo conocido a partir de ese momento entre los soldados españoles como “El Sansón de Extremadura” y por aliados y enemigos como “El Hércules y Sansón de España”.
Diego se incorporó de nuevo a los ejércitos del Papa en 1501. La aureola de héroe alcanzada en Cefalonia valió el olvido de lo pasado, y César Borgia, nombró nuevamente a Paredes capitán en su ejército. Rímini, Pésaro y Faenza cayeron en las manos de los soldados del Papa; la resistencia de esta última plaza irritó tanto a César Borgia que ordenó pasar a cuchillo a todos los habitantes; Diego García de Paredes, se indignó al escuchar semejante atrocidad y se dirigió a César con determinación: “No esperéis tal cosa de mi brazo, yo os ayudo aquí como soldado y no como asesino, y no he de permitir ensangrentar una victoria”; César Borgia mandó indultar públicamente a los vencidos. Fue durante estas campañas cuando Diego coincidió con Leonardo da Vinci, por entonces al servicio de César Borgia como ingeniero militar.
En el año 1501 comenzó la segunda guerra de Nápoles entre el rey Fernando el Católico y Luis XII de Francia por el Reino napolitano. Diego se incorpora a los ejércitos de España a mediados de ese mismo año. Durante esta guerra, a las órdenes del Gran Capitán, participó en las conquistas de Cosenza, Manfredonia, Tarento, Arpino, Esclaví, Santo Padre, y finalmente Rossano (rendida en combate encarnizado tras recuperarse Paredes de una grave herida de bala de arcabuz que estuvo a punto de acabar con su vida). Diego se cubrió de gloria en los campos de Italia y luchó heroicamente en las más famosas batallas libradas en aquella época, entre ellas las de Ceriñola y Garellano de 1503. Durante una de las fases de esta última batalla, Diego llevó a cabo la más célebre de sus hazañas bélicas, recogida por las crónicas de la historia y, tal vez, engrandecida por su leyenda: herido en el orgullo tras un reproche injusto del Gran Capitán, Paredes, se dispuso con un montante en la entrada del puente del río Garellano, desafiando en solitario a un destacamento de 2.000 hombres, cifra aparentemente exagerada, pero, al parecer, mayormente aceptada, del ejército francés; Diego García de Paredes, blandiendo con rapidez y furia el descomunal acero, comenzó una espantosa matanza entre los franceses, que solamente podían acometerle mano a mano por la estrechez del paso, ahora repleto de cadáveres. Ni franceses ni españoles daban crédito a sus ojos, comprobando como García de Paredes se enfrentaba en solitario al ejército enemigo, manejando con ambas manos su enorme montante y haciendo grandes destrozos entre los franceses, que se amontonaban y se empujaban unos a otros para atacarle. Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño y se entabló una sangrienta lucha en la parte ancha del puente; al fin, dejando grandes bajas ante la aplastante inferioridad numérica, los españoles se vieron obligados a retirarse, siendo el último Paredes. En esta jornada heroica, entre muertos a golpe de espada y ahogados en el río, fallecieron quinientos franceses. La fuerza, la destreza y la valentía de Diego García de Paredes, ya extraordinariamente admiradas, llegaron en estos momentos a cotas difíciles de igualar.
Diego, que fue un hombre muy pendenciero y con un sentido del honor al límite, participó en numerosos duelos a lo largo de toda su vida: desde cuchilladas en reyertas de taberna con vulgares fanfarrones y matones hasta duelos concertados, extendidos bajo salvoconducto ante notario, frente a coroneles del ejército español, capitanes italianos o la élite del ejército. Diego García de Paredes jamás sufrió la afrenta de verse vencido, resultando imbatible para todos sus adversarios.
Cuando en 1504 Nápoles pasó a la corona de España y El Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes; Gonzalo quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado y nombró a Diego García de Paredes, con la autorización de Fernando el Católico, marqués de Colonetta. Tras el final de la guerra, Diego regresó a España como un auténtico héroe, aclamado por el pueblo allí por donde pasaba.
En cierta ocasión, mientras los nobles esperaban a que Fernando el Católico terminase sus oraciones, entró Paredes de forma súbita en la estancia, quien hincado de rodillas dijo: “Suplico a V.A. deje de rezar y me oiga delante de estos señores, caballeros y capitanes que aquí están y hasta que no acabe mi razonamiento no me interrumpa”. Todos quedaron asombrados, expectantes ante la posible reacción del Monarca por semejante osadía, pero Paredes prosiguió: “Yo, señor he sido informado que en esta sala están personas que han dicho a V.A. mal del Gran Capitán, en perjuicio de su honra. Yo digo así: que si hubiese persona que afirme o dijere que el Gran Capitán, ha jamás dicho ni hecho, ni le ha pasado por pensamiento hacer cosa en daño a vuestro servicio, que me batiré de mi persona a la suya y si fueren dos o tres, hasta cuatro, me batiré con todos cuatro, o uno a uno tras otro, a fe de Dios de tan mezquina intención contra la misma verdad y desde aquí los desafío, a todos o a cualquiera de ellos”; y remató su airado y desconcertante discurso arrojando el sombrero (otras versiones dicen que fue un guante) en señal de desafío. Fernando el Católico por toda respuesta le dijo: “Esperad señor que poco me falta para acabar de rezar lo que soy obligado”. El Rey permaneció unos instantes en silencio, dando lugar a que las personas implicadas en aquella trama dieran un paso al frente y defendieran su honor desmintiendo las acusaciones de Paredes. Sin embargo, ninguno de los presentes se arriesgó a romper el tenso silencio del ambiente y enfrentarse al Sansón extremeño: García de Paredes decía la verdad, había ganado una vez más. Después de concluir sus oraciones, el Monarca se vino hacia Paredes y colocando sus manos sobre los hombros de Diego, le dijo: “Bien sé yo que donde vos estuviéredes y el Gran Capitán, vuestro señor, que tendré yo seguras las espaldas. Tomad vuestro chapeo, pues habéis hecho el deber que los amigos de vuestra calidad suelen hacer”; y Fernando el Católico, sólo él, porque nadie se atrevió a tocarlo, hizo entrega a Paredes del sombrero arrojado en señal de desafío.
Durante un tiempo ejerció la piratería, en toda la extensión de la palabra, pues era bastante común que muchos de los guerreros de esta época se dedicaran a estas aventuras; Paredes fue proscrito y puesto precio a su cabeza, perseguido por las galeras Reales estuvo a punto de ser capturado en Cerdeña. Sus correrías llegaron a ser conocidas y temidas por todo el Mediterráneo, siendo sus principales presas mahometanos y franceses: “púsose como cosario a ropa de todo navegante: y comenzaron a hacer mucho daño en las costa del reino de Nápoles, y de Sicilia: y después pasaron a Levante: y hubieron muy grandes, y notables presas de cristianos, e infieles” .
El sueño aventurero de independencia no podía durar mucho; para el año de 1509 se hablaba de una gran empresa histórica: la conquista del norte de África. Tras recibir el perdón Real, García de Paredes, ahora como un simple soldado de Cristo, tomó parte en la Cruzada del cardenal Cisneros frente al infiel en tierras africanas. En 1505, Diego ya había participado en la toma de Mers-el-Kebir (Mazalquivir) y en ese año de 1509 participó en el asedio de la conquista de Orán. De regreso a Italia, un elemento del valor y la fama de Paredes no podía pasar desapercibido a los ojos del Emperador de Alemania, que buscaba reunir un ejército para intervenir en Italia por las posesiones de la República de Venecia. En el verano de ese mismo año (1509), Diego ingresó en las fuerzas Imperiales de Maximiliano I como maestre de campo. Sin embargo, la invasión fue rechazada y la empresa no llegó a rematarse (Sitio de Padua (1509)), aunque sirvió para que el capitán español lograra nuevos laureles heroicos ganando Ponte di Brentaera, el castillo de Este, la fortaleza de Monselices y cubriendo la retirada del ejército Imperial. A finales de año, Diego se incorporó en Ibiza a la Escuadra española, dispuesto a marchar de nuevo a África. En 1510, García de Paredes participó bajo las órdenes de Pedro Navarro en los asedios de las conquistas de Bugía y Trípoli, además de lograr el vasallaje a la Corona de Argel y Túnez. Regresó a Italia, incorporándose nuevamente al ejército del Emperador para ocupar su puesto de maestre de campo y defendió heroicamente Verona, desahuciada por las fuerzas Imperiales. Diego era ya una leyenda viva en toda Europa y fue nombrado coronel de la Liga Santa al servicio del Papa Julio II, luchando denodadamente en la batalla de Rávena, 1512 (derrota de la Liga Santa al mando de Ramón de Cardona, virrey de Nápoles, ante Gastón de Foix, duque de Nemours, a pesar del éxito demostrado por la infantería española que, mandada por Diego García de Paredes y Pedro Navarro, derrotó a la infantería francesa y a los lansquenetes alemanes, resistió la tremenda carga final de la caballería pesada del ejército francés, durante la cual perdió la vida Gastón de Foix, y logró retirarse con gloria entre la carnicería) y en la Batalla de Vicenza o Creazzo, 1513, donde quedó aniquilado el ejército de la República de Venecia.
Posteriormente, en el invierno de 1520, peregrinó a Santiago de Compostela como escolta del Emperador Carlos V, participó como Capitán en la Guerra de Navarra (Batalla de Noáin (1521), Batalla de San Marcial (1522), asedio al Castillo de Maya y asedio de la fortaleza de Fuenterrabía), ayudando a expulsar a los franceses del reino patrio, y acompañó al «César» en sus primeras campañas como Coronel de los ejércitos Imperiales, combatiendo valerosamente en la defensa de Nápoles y en la célebre Batalla de Pavía, 1525, donde los españoles hicieron prisionero a Francisco I, rey de Francia.
Tras regresar a Trujillo, el veterano héroe sintió una profunda soledad en sus últimos años después de las muertes de sus seres queridos y de su fracaso matrimonial con María de Sotomayor. Con el cabello y la barba ya encanecidos, el cuerpo lleno de antiguas cicatrices y el alma sangrante por su soledad, Diego abandonó definitivamente el terruño y viajó por toda Europa en el séquito Imperial de Carlos V, gran admirador del legendario luchador, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada, sirviendo en Alemania frente a los seguidores de Lutero. En 1532 acudió, una vez más, a la llamada del Emperador Carlos V y marchó a socorrer Viena, asediada por Solimán el Magnífico donde no fue preciso entrar en combate, pues visto el formidable ejército Imperial de más de 200.000 hombres, los turcos levantaron el asedio. En el año santo de 1533, tras regresar de hacer frente a los turcos en el Danubio, asistió a la coronación oficial del Emperador Carlos V en Bolonia, donde, falleció a consecuencia de las heridas recibidas al caer accidentalmente de su caballo en un juego fácil compitiendo con unos chiquillos. Antes de fallecer, conocedor de que su final estaba cerca tras la fatal caída, “parece que le place a Dios que por una liviana ocasión se acaben mis días”, dejó escritas sus memorias: Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes.
Cuando lavaron el cadáver antes de ponerlo en el sepulcro, se le halló todo cubierto de cicatrices, consecuencia de más de cuarenta años de activa vida militar dedicada al oficio de las armas. Los restos del Sansón de Extremadura fueron repatriados a España en 1545 y enterrados en la iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo, donde permanecen en la actualidad.
Diego García de Paredes tuvo dos hijos: Sancho de Paredes (n.1518), hijo legítimo de su esposa María de Sotomayor, y Diego García de Paredes (n.1506), hijo natural, del mismo nombre que el padre, nacido de los amoríos de Diego y Mencía de Vargas, que participó en la conquista del Nuevo Mundo y fundó la ciudad de Trujillo en Venezuela.
Diego García de Paredes fue un héroe a un tiempo histórico y legendario, mitificado por el pueblo y enormemente conocido en la España del Siglo de Oro. Las noticias que tenemos sobre García de Paredes se caracterizan por mezclar realidad y fantasía, pues la figura de este trujillano pertenece tanto a la historia como a la leyenda escrita y oral. Hombre de gran corpulencia, atlético y forzudo como un toro, considerado uno de los hombres de más fuerza que jamás se hayan conocido, de su fuerza hercúlea hay multitud de leyendas: durante uno de sus galanteos nocturnos “arrancó la reja que le molestaba mientras cortejaba a una dama” y, para no ensuciar su nombre, seguidamente “arrancó todas las demás rejas de la calle”, ocultando así la identidad de la joven. Cuentan también que “arrancó de cuajo la pila de agua bendita de la Iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo y se la llevó a su madre enferma para que se santiguase”, siendo necesarios seis hombres para devolverla a su sitio. Dicen que “detenía con sus manos la rueda de un molino girando a toda velocidad”, otras veces “detenía con una sola mano la marcha de una carreta de bueyes”, y que, habitualmente y sin mayor dificultad, “trasladaba enormes bloques de piedra granítica”.
La fama de Diego como guerrero fue tal, que Miguel de Cervantes inmortalizó sus hazañas en su obra universal, El Quijote:
“Un Viriato tuvo Lusitania; un César Roma; un Aníbal Cartago; un Alejandro Grecia; un Conde Fernán González Castilla; un Cid Valencia; un Gonzalo Fernández Andalucía; un Diego García de Paredes Extremadura...
Y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y puesto con un montante en la entrada de un puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella, e hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y escribe él asimismo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes.
No había tierra en todo el orbe que no hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado; había muerto más moros que tiene Marruecos y Túnez, y entrado en más singulares desafíos, según él decía, que Gante y Luna, Diego García de Paredes y otros mil que nombraba; y de todos había salido con victoria, sin que le hubiesen derramado una sola gota de sangre”.
Su sepulcro de Santa María la Mayor, en Trujillo, tiene un largo epitafio en latín, grabado en letras capitales, cuya traducción es la siguiente:
“A Diego García de Paredes, noble español, coronel de los ejércitos del emperador Carlos V, el cual desde su primera edad se ejercitó siempre honesto en la milicia y en los campamentos con gran reputación e integridad; no se reconoció segundo en fortaleza, grandeza de ánimo ni en hechos gloriosos; venció muchas veces a sus enemigos en singular batalla y jamás él lo fue de ninguno, no encontró igual y vivió siempre del mismo tenor como esforzado y excelente capitán. Murió este varón, religiosísimo y cristianísimo, al volver lleno de gloria de la guerra contra los turcos en Bolonia, en las calendas de febrero, a los sesenta y cuatro años de edad. Esteban Gabriel, Cardenal Baronio, puso este laude piadosamente dedicado al meritísimo amigo el año 1533, y sus huesos los extrajo el Padre Ramírez de Mesa, de orden del señor Sancho de Paredes, hijo del dicho Diego García, en día 3 de las calendas de octubre, y los colocó fielmente en este lugar en 1545.”
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Re: Historia de España.
Vaya con Trujillo, ademas de Pizarro y Orellana, ahora hay que sumarle otro valiente.
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Re: Historia de España.
Pues fíjate, no había caído, pero ahora que lo dices me doy cuenta. Vaya gente.Carpintero escribió:Vaya con Trujillo, ademas de Pizarro y Orellana, ahora hay que sumarle otro valiente.
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Re: Historia de España.
Tal dia como hay hace 100 años sucedió un acontecimiento histórico mas importante de lo que nos parece. 50 mujeres de Lanaja(Huesca),cansadas de pasar penurias en los rabiosos y miserables secanos,y cansadas del pasotismo y la dejadez de sus maridos decidieron hacer una marcha a pie a Huesca a revindicar que querian el regadio,a la marcha salieron las mujeres de otros pueblos de la comarca,y asi las mujeres de la comarca de los Monegros acudieron a Huesca a hablar con el gobernador civil,a expresar sus inquietudes presentando alternativas serias a la miserable vida del secano.El gobernador civil,al ver aquella decision y aquellas formas con serias propuestas,pagó de su propio bolsillo el alojamiento en Huesca esa noche para todas las mujeres,y les prometió que analizarian seriamente lo del regadio a gran escala. Eran unos tiempos en que las mujeres estaban infravaloradas,tenian poca importancia lo que pensaran y dependian totalmente del marido.Pero todos sabemos que la mujer ha tenido y tiene un papel importante en el campo español. Y mas en las zonas de fruta y hortaliza.Trabajaron sin cotizar ni derecho moral a la propiedad aparte de seguir la casa y familia,siendo ellas las autenticas administradoras,y poco se les ha reconocido. En 1915 algunas mujeres estaban mas avanzadas y entendian mas que muchos hombres agricultores contraprogreso de ahora.
Creo que merecia recordar esa gesta,que no fue una gran caminata de semanas,en un dia se llega,pero eso dice mucho de las mujeres,y aun dice mas de los inùtiles de sus maridos
Creo que merecia recordar esa gesta,que no fue una gran caminata de semanas,en un dia se llega,pero eso dice mucho de las mujeres,y aun dice mas de los inùtiles de sus maridos
Las mujeres...,como el Whisky..,de 25 años!!
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Re: Historia de España.
Viene en el periodico,pero no veo la noticia por internet
Las mujeres...,como el Whisky..,de 25 años!!
Re: Historia de España.
""Pero si aragon no tiene secanos""
Estamos jartos de agua.
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Re: Historia de España.
hay que hacer un pantano de Mesa de Tres Reyes al Aneto!,y todo chufletes a peso!.no habria problemas ahora con el Ebro. Estamos dejando que se escape el progreso al mar
Las mujeres...,como el Whisky..,de 25 años!!
Re: Historia de España.
No des ideas!!!!!!!
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Re: Historia de España.
El origen de las fiestas de los pueblos tienen que ver con el ciclo de los trabajos del campo. También los patrones de cada lugar,por supuesto, pero muchas de ellas son como colofón a la recogida de la cosecha.
In God We Trust
Re: Historia de España.
O antes de empezar..
Muchas veces son simplemente sustituciones de santos catolicos por las fiestas celtiberas y preromanas.
Muchas veces son simplemente sustituciones de santos catolicos por las fiestas celtiberas y preromanas.
Re: Historia de España.
Me ha gustado mucho la historia del Sansón de Extremadura, muy digna de una buena película o serie
... porque no hay nada más triste que un hombre sin principios, un mar sin agua o mi tierra sin olivos...
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Re: Historia de España.
Suelen decir que aquél que no conoce la historia, está condenado a repetirla.
Eso es lo que nos pasa en este país,todabía llamado España.Desde mitad del s. XVI España ha estado gobernada por reyes ineptos, valídos traidores,gobernantes extranjeros, dictadores y ahora POLÍTICOS CORRUPTOS.
Pues eso, que no aprendemos.
Eso es lo que nos pasa en este país,todabía llamado España.Desde mitad del s. XVI España ha estado gobernada por reyes ineptos, valídos traidores,gobernantes extranjeros, dictadores y ahora POLÍTICOS CORRUPTOS.
Pues eso, que no aprendemos.
El sabio nunca dice todo lo que piensa, pero si piensa todo lo que dice.
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Re: Historia de España.
Perquè s'assabentin els nacionalistes de la història real, no la inventada:
Aquí un escrit d'Arturo Pérez Reverte.
Va morir Carles II el 1700, com explicàvem, i es va embolicar una altra. Abans de palmar sense fills, amb tot cristo menjant l'orella sobre a qui deixar el tron, si als borbons de França o als Àustries de l'altre lloc, va signar que l'hi deixava els borbons i va estirar la pota. L'agraciat al qual li va tocar el tron d'Espanya -és una forma de dir-ho, perquè sovint regal va tenir la criatura- va ser un noi anomenat Felip V, nét de Lluís XIV, que va venir de mala gana perquè s'olorava el marró que li anaven a col·locar. Per la seva banda, el candidat rebutjat, que era l'arxiduc Carles, s'ho va prendre fatal; i encara pitjor seva família, els reis d'Àustria. Anglaterra no havia entrat en el sorteig; però, fidel a la seva eterna política de no consentir una potència poderosa ni un bon govern a Europa -per això es van ficar després a la UE, per rebentar des de dins-, es va aliar amb Àustria per impedir que França, amb Espanya i l'Amèrica hispana com parent i aliada, es tornés massa fort. Així va començar la Guerra de Successió, que va durar dotze anys i al final va ser una guerra europea de categoria, ja que la penya va prendre partit per uns o per altres; i encara que tots van mullar a la salsa, al final, com de costum, la factura la paguem nosaltres: austríacs, anglesos i holandesos es van llançar com voltors a veure què podien rapinyar, van envair les nostres possessions a Itàlia, van saquejar les costes andaluses, van atacar les flotes d'Amèrica i van desembarcar a Lisboa per conquerir la Península i posar en el tron al xaval austríac. La escabetxada va ser llarga, costosa i cruel, ja que en gran part es va lliurar en sòl espanyol, ia més la gent es va dividir aquí pel que fa a lleialtats, com sol passar, segons el costat en què tenien o creien tenir la cartera. Castella, Navarra i el País Basc es van apuntar al bàndol francès de Felip V, mentre que València i el regne d'Aragó, que incloïa a Catalunya, es van pronunciar per l'arxiduc austríac. Les tropes austriacistes van arribar a ocupar Barcelona i Madrid, i hi va haver unes quantes batalles com les d'Almansa, Brihuega i Villaviciosa. Al final, l'Espanya borbònica i la seva aliada França van guanyar la guerra; però érem ia tal pelleringa militar i diplomàtica que fins als vençuts van guanyar més que nosaltres, i la victòria de Felip V ens va costar un ou de la cara. Amb la pau d'Utrech, tots es van beneficiar menys l'interessat. França va mantenir la seva influència mundial, però Espanya va perdre totes les possessions europees que li quedaven: Bèlgica, Luxemburg, Sardenya, Nàpols i Milà; i de postres, Gibraltar i Menorca, retingudes pels anglesos com a bases navals per a la seva esquadra de la Mediterrània. I a més ens van quedar greus serrells interns, resumibles en la qüestió catalana. Durant la guerra, els d'allà s'havien declarat a favor de l'arxiduc Carles, entre altres coses perquè la invasió francesa de mig segle enrere, quan la guerra de Catalunya sota Felip IV, havia fet avorribles als libertadores gavatxos, i ja se sabia de sobra per on es passava Lluís XIV els furs catalans i els altres. I ara, a sobre, decidit a convertir aquesta ancestral casa de putes en una monarquia moderna i centralitzada, Felip V havia decretat allò de: «He jutjat convenient (pel meu desig de reduir tots els meus regnes d'Espanya a la uniformitat d'unes mateixes lleis, usos, costums i tribunals, governant-se igualment tots per les lleis de Castella), abolir i derogar enterament tots els furs ». Així que el que al principi va ser una presa de postura catalana entre rei Borbó o rei austríac, apostant -que ja és mala sort- pel perdedor, va acabar sent una guerra civil local, una altra per al nostre nodrit arxiu de imbecil·litats domèstiques, quan Aragó va tornar a l'obediència nacional i tot Espanya va reconèixer a Felip V, excepte Catalunya i Balears. Confiant en una ajuda anglesa que no va arribar -al contrari, els seus antics aliats contribuïen ara al bloqueig per mar de la ciutat- Barcelona, abandonada per tots, bombardejada, es va enrocar en una defensa heroica i sentimental. Va perdre, és clar. Ara fa just tres-cents d'allò. I quan un perd, toca fastiguejar-: Felip V, com a càstig, va treure als catalans tots els furs i privilegis -els van conservar, per la seva lleialtat al borbó, bascos i navarros-, que no es recobrarien fins a la Segona República. No obstant això, envejablement fidels a si mateixos, l'endemà de la derrota dels vençuts ja estaven treballant de nou, iniciant-se (gràcies al decret que anul·lava els furs però proveïa altres avantatges, com la de comerciar amb Amèrica), tres segles de puixança econòmica , en els quals es va afirmar la Catalunya laboriosa i pròspera que avui coneixem.
Aquí un escrit d'Arturo Pérez Reverte.
Va morir Carles II el 1700, com explicàvem, i es va embolicar una altra. Abans de palmar sense fills, amb tot cristo menjant l'orella sobre a qui deixar el tron, si als borbons de França o als Àustries de l'altre lloc, va signar que l'hi deixava els borbons i va estirar la pota. L'agraciat al qual li va tocar el tron d'Espanya -és una forma de dir-ho, perquè sovint regal va tenir la criatura- va ser un noi anomenat Felip V, nét de Lluís XIV, que va venir de mala gana perquè s'olorava el marró que li anaven a col·locar. Per la seva banda, el candidat rebutjat, que era l'arxiduc Carles, s'ho va prendre fatal; i encara pitjor seva família, els reis d'Àustria. Anglaterra no havia entrat en el sorteig; però, fidel a la seva eterna política de no consentir una potència poderosa ni un bon govern a Europa -per això es van ficar després a la UE, per rebentar des de dins-, es va aliar amb Àustria per impedir que França, amb Espanya i l'Amèrica hispana com parent i aliada, es tornés massa fort. Així va començar la Guerra de Successió, que va durar dotze anys i al final va ser una guerra europea de categoria, ja que la penya va prendre partit per uns o per altres; i encara que tots van mullar a la salsa, al final, com de costum, la factura la paguem nosaltres: austríacs, anglesos i holandesos es van llançar com voltors a veure què podien rapinyar, van envair les nostres possessions a Itàlia, van saquejar les costes andaluses, van atacar les flotes d'Amèrica i van desembarcar a Lisboa per conquerir la Península i posar en el tron al xaval austríac. La escabetxada va ser llarga, costosa i cruel, ja que en gran part es va lliurar en sòl espanyol, ia més la gent es va dividir aquí pel que fa a lleialtats, com sol passar, segons el costat en què tenien o creien tenir la cartera. Castella, Navarra i el País Basc es van apuntar al bàndol francès de Felip V, mentre que València i el regne d'Aragó, que incloïa a Catalunya, es van pronunciar per l'arxiduc austríac. Les tropes austriacistes van arribar a ocupar Barcelona i Madrid, i hi va haver unes quantes batalles com les d'Almansa, Brihuega i Villaviciosa. Al final, l'Espanya borbònica i la seva aliada França van guanyar la guerra; però érem ia tal pelleringa militar i diplomàtica que fins als vençuts van guanyar més que nosaltres, i la victòria de Felip V ens va costar un ou de la cara. Amb la pau d'Utrech, tots es van beneficiar menys l'interessat. França va mantenir la seva influència mundial, però Espanya va perdre totes les possessions europees que li quedaven: Bèlgica, Luxemburg, Sardenya, Nàpols i Milà; i de postres, Gibraltar i Menorca, retingudes pels anglesos com a bases navals per a la seva esquadra de la Mediterrània. I a més ens van quedar greus serrells interns, resumibles en la qüestió catalana. Durant la guerra, els d'allà s'havien declarat a favor de l'arxiduc Carles, entre altres coses perquè la invasió francesa de mig segle enrere, quan la guerra de Catalunya sota Felip IV, havia fet avorribles als libertadores gavatxos, i ja se sabia de sobra per on es passava Lluís XIV els furs catalans i els altres. I ara, a sobre, decidit a convertir aquesta ancestral casa de putes en una monarquia moderna i centralitzada, Felip V havia decretat allò de: «He jutjat convenient (pel meu desig de reduir tots els meus regnes d'Espanya a la uniformitat d'unes mateixes lleis, usos, costums i tribunals, governant-se igualment tots per les lleis de Castella), abolir i derogar enterament tots els furs ». Així que el que al principi va ser una presa de postura catalana entre rei Borbó o rei austríac, apostant -que ja és mala sort- pel perdedor, va acabar sent una guerra civil local, una altra per al nostre nodrit arxiu de imbecil·litats domèstiques, quan Aragó va tornar a l'obediència nacional i tot Espanya va reconèixer a Felip V, excepte Catalunya i Balears. Confiant en una ajuda anglesa que no va arribar -al contrari, els seus antics aliats contribuïen ara al bloqueig per mar de la ciutat- Barcelona, abandonada per tots, bombardejada, es va enrocar en una defensa heroica i sentimental. Va perdre, és clar. Ara fa just tres-cents d'allò. I quan un perd, toca fastiguejar-: Felip V, com a càstig, va treure als catalans tots els furs i privilegis -els van conservar, per la seva lleialtat al borbó, bascos i navarros-, que no es recobrarien fins a la Segona República. No obstant això, envejablement fidels a si mateixos, l'endemà de la derrota dels vençuts ja estaven treballant de nou, iniciant-se (gràcies al decret que anul·lava els furs però proveïa altres avantatges, com la de comerciar amb Amèrica), tres segles de puixança econòmica , en els quals es va afirmar la Catalunya laboriosa i pròspera que avui coneixem.
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Re: Historia de España.
Ahora en cristiano.
Para que se enteren los nacionalistas de la historia real, no la inventada:
Aquí un escrito de Arturo Perez reverte.
Murió Carlos II en 1700, como contábamos, y se lió otra. Antes de palmar sin hijos, con todo cristo comiéndole la oreja sobre a quién dejar el trono, si a los borbones de Francia o a los Austrias del otro sitio, firmó que se lo dejaba a los borbones y estiró la pata. El agraciado al que le tocó el trono de España -es una forma de decirlo, porque menudo regalo tuvo la criatura- fue un chico llamado Felipe V, nieto de Luis XIV, que vino de mala gana porque se olía el marrón que le iban a colocar. Por su parte, el candidato rechazado, que era el archiduque Carlos, se lo tomó fatal; y aun peor su familia, los reyes de Austria. Inglaterra no había entrado en el sorteo; pero, fiel a su eterna política de no consentir una potencia poderosa ni un buen gobierno en Europa -para eso se metieron luego en la UE, para reventarla desde dentro-, se alió con Austria para impedir que Francia, con España y la América hispana como pariente y aliada, se volviera demasiado fuerte. Así empezó la Guerra de Sucesión, que duró doce años y al final fue una guerra europea de órdago, pues la peña tomó partido por unos o por otros; y aunque todos mojaron en la salsa, al final, como de costumbre, la factura la pagamos nosotros: austríacos, ingleses y holandeses se lanzaron como buitres a ver qué podían rapiñar, invadieron nuestras posesiones en Italia, saquearon las costas andaluzas, atacaron las flotas de América y desembarcaron en Lisboa para conquistar la Península y poner en el trono al chaval austríaco. La escabechina fue larga, costosa y cruel, pues en gran parte se libró en suelo español, y además la gente se dividió aquí en cuanto a lealtades, como suele ocurrir, según el lado en el que tenían o creían tener la billetera. Castilla, Navarra y el País Vasco se apuntaron al bando francés de Felipe V, mientras que Valencia y el reino de Aragón, que incluía a Cataluña, se pronunciaron por el archiduque austríaco. Las tropas austracistas llegaron a ocupar Barcelona y Madrid, y hubo unas cuantas batallas como las de Almansa, Brihuega y Villaviciosa. Al final, la España borbónica y su aliada Francia ganaron la guerra; pero éramos ya tal piltrafa militar y diplomática que hasta los vencidos ganaron más que nosotros, y la victoria de Felipe V nos costó un huevo de la cara. Con la paz de Utrech, todos se beneficiaron menos el interesado. Francia mantuvo su influencia mundial, pero España perdió todas las posesiones europeas que le quedaban: Bélgica, Luxemburgo, Cerdeña, Nápoles y Milán; y de postre, Gibraltar y Menorca, retenidas por los ingleses como bases navales para su escuadra del Mediterráneo. Y además nos quedaron graves flecos internos, resumibles en la cuestión catalana. Durante la guerra, los de allí se habían declarado a favor del archiduque Carlos, entre otras cosas porque la invasión francesa de medio siglo atrás, cuando la guerra de Cataluña bajo Felipe IV, había hecho aborrecibles a los libertadores gabachos, y ya se sabía de sobra por dónde se pasaba Luis XIV los fueros catalanes y los otros. Y ahora, encima, decidido a convertir esta ancestral casa de p*** en una monarquía moderna y centralizada, Felipe V había decretado eso de: «He juzgado conveniente (por mi deseo de reducir todos mis reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y tribunales, gobernándose igualmente todos por las leyes de Castilla), abolir y derogar enteramente todos los fueros». Así que lo que al principio fue una toma de postura catalana entre rey Borbón o rey austríaco, apostando -que ya es mala suerte- por el perdedor, acabó siendo una guerra civil local, otra para nuestro nutrido archivo de imbecilidades domésticas, cuando Aragón volvió a la obediencia nacional y toda España reconoció a Felipe V, excepto Cataluña y Baleares. Confiando en una ayuda inglesa que no llegó -al contrario, sus antiguos aliados contribuían ahora al bloqueo por mar de la ciudad- Barcelona, abandonada por todos, bombardeada, se enrocó en una defensa heroica y sentimental. Perdió, claro. Ahora hace justo trescientos de aquello. Y cuando uno pierde, toca fastidiarse: Felipe V, como castigo, quitó a los catalanes todos los fueros y privilegios -los conservaron, por su lealtad al borbón, vascos y navarros-, que no se recobrarían hasta la Segunda República. Sin embargo, envidiablemente fieles a sí mismos, al día siguiente de la derrota los vencidos ya estaban trabajando de nuevo, iniciándose (gracias al decreto que anulaba los fueros pero proveía otras ventajas, como la de comerciar con América), tres siglos de pujanza económica, en los que se afirmó la Cataluña laboriosa y próspera que hoy conocemos.
Para que se enteren los nacionalistas de la historia real, no la inventada:
Aquí un escrito de Arturo Perez reverte.
Murió Carlos II en 1700, como contábamos, y se lió otra. Antes de palmar sin hijos, con todo cristo comiéndole la oreja sobre a quién dejar el trono, si a los borbones de Francia o a los Austrias del otro sitio, firmó que se lo dejaba a los borbones y estiró la pata. El agraciado al que le tocó el trono de España -es una forma de decirlo, porque menudo regalo tuvo la criatura- fue un chico llamado Felipe V, nieto de Luis XIV, que vino de mala gana porque se olía el marrón que le iban a colocar. Por su parte, el candidato rechazado, que era el archiduque Carlos, se lo tomó fatal; y aun peor su familia, los reyes de Austria. Inglaterra no había entrado en el sorteo; pero, fiel a su eterna política de no consentir una potencia poderosa ni un buen gobierno en Europa -para eso se metieron luego en la UE, para reventarla desde dentro-, se alió con Austria para impedir que Francia, con España y la América hispana como pariente y aliada, se volviera demasiado fuerte. Así empezó la Guerra de Sucesión, que duró doce años y al final fue una guerra europea de órdago, pues la peña tomó partido por unos o por otros; y aunque todos mojaron en la salsa, al final, como de costumbre, la factura la pagamos nosotros: austríacos, ingleses y holandeses se lanzaron como buitres a ver qué podían rapiñar, invadieron nuestras posesiones en Italia, saquearon las costas andaluzas, atacaron las flotas de América y desembarcaron en Lisboa para conquistar la Península y poner en el trono al chaval austríaco. La escabechina fue larga, costosa y cruel, pues en gran parte se libró en suelo español, y además la gente se dividió aquí en cuanto a lealtades, como suele ocurrir, según el lado en el que tenían o creían tener la billetera. Castilla, Navarra y el País Vasco se apuntaron al bando francés de Felipe V, mientras que Valencia y el reino de Aragón, que incluía a Cataluña, se pronunciaron por el archiduque austríaco. Las tropas austracistas llegaron a ocupar Barcelona y Madrid, y hubo unas cuantas batallas como las de Almansa, Brihuega y Villaviciosa. Al final, la España borbónica y su aliada Francia ganaron la guerra; pero éramos ya tal piltrafa militar y diplomática que hasta los vencidos ganaron más que nosotros, y la victoria de Felipe V nos costó un huevo de la cara. Con la paz de Utrech, todos se beneficiaron menos el interesado. Francia mantuvo su influencia mundial, pero España perdió todas las posesiones europeas que le quedaban: Bélgica, Luxemburgo, Cerdeña, Nápoles y Milán; y de postre, Gibraltar y Menorca, retenidas por los ingleses como bases navales para su escuadra del Mediterráneo. Y además nos quedaron graves flecos internos, resumibles en la cuestión catalana. Durante la guerra, los de allí se habían declarado a favor del archiduque Carlos, entre otras cosas porque la invasión francesa de medio siglo atrás, cuando la guerra de Cataluña bajo Felipe IV, había hecho aborrecibles a los libertadores gabachos, y ya se sabía de sobra por dónde se pasaba Luis XIV los fueros catalanes y los otros. Y ahora, encima, decidido a convertir esta ancestral casa de p*** en una monarquía moderna y centralizada, Felipe V había decretado eso de: «He juzgado conveniente (por mi deseo de reducir todos mis reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y tribunales, gobernándose igualmente todos por las leyes de Castilla), abolir y derogar enteramente todos los fueros». Así que lo que al principio fue una toma de postura catalana entre rey Borbón o rey austríaco, apostando -que ya es mala suerte- por el perdedor, acabó siendo una guerra civil local, otra para nuestro nutrido archivo de imbecilidades domésticas, cuando Aragón volvió a la obediencia nacional y toda España reconoció a Felipe V, excepto Cataluña y Baleares. Confiando en una ayuda inglesa que no llegó -al contrario, sus antiguos aliados contribuían ahora al bloqueo por mar de la ciudad- Barcelona, abandonada por todos, bombardeada, se enrocó en una defensa heroica y sentimental. Perdió, claro. Ahora hace justo trescientos de aquello. Y cuando uno pierde, toca fastidiarse: Felipe V, como castigo, quitó a los catalanes todos los fueros y privilegios -los conservaron, por su lealtad al borbón, vascos y navarros-, que no se recobrarían hasta la Segunda República. Sin embargo, envidiablemente fieles a sí mismos, al día siguiente de la derrota los vencidos ya estaban trabajando de nuevo, iniciándose (gracias al decreto que anulaba los fueros pero proveía otras ventajas, como la de comerciar con América), tres siglos de pujanza económica, en los que se afirmó la Cataluña laboriosa y próspera que hoy conocemos.
Defiendo a quien me defiende.
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Re: Historia de España.
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