Historia de España.

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Betelgeuse
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Re: Historia de España.

Mensaje por Betelgeuse »

Los reyes son profesionales que se casaban hasta con su hermana pero luego se zumbaban a toda la que querían.
La idea de matrimonio de esta gente es punto y aparte.
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PIONIER
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Re: Historia de España.

Mensaje por PIONIER »

En la guerra de invierno (enero-febrero) de 1942, las líneas del frente no se hallaban perfectamente delimitadas; incluso en algunos sectores se carecía de línea. Las unidades alemanas eran aisladas y rodeadas por las tropas soviéticas.

Una pequeña unidad alemana perteneciente a la 290.ª División defendía Vsvad, población situada en la desembocadura del río Lovat, al sur del lago Ilmen. El capitán Pröhl, jefe de la Sección de Cazadores Antitanques, estaba al mando de los 543 hombres que componían la guarnición, restos del 290.º Batallón Divisionario de Anticarros y de otras unidades que pudieron refugiarse en Vsvad al ser copados sus puestos por el avance enemigo.

La mañana del jueves 8 de enero de 1942, el destacamento de Vsvad lucha por sobrevivir sin que el X Cuerpo de Ejército alemán pueda enviar una expedición de socorro. La petición de ayuda se traslada al 16.º Ejército, embebidas sus fuerzas en la batalla de Staraia Russa. El alto mando alemán quiere encontrar una unidad disponible para enviarla a Vsvad y recuerda el reconocimiento español en el hielo del lago Ilmen.

En el Cuartel General de la 250.ª División (Spanische División 250, la División Española de Voluntarios), sito en Grigorovo, se estudian los mapas de la zona. Vsvad se sitúa a una treintena de kilómetros del límite meridional del sector adjudicado a la División Azul. La orden es clara: hay que liberar a la guarnición sitiada. El Cuerpo de Ejército carece de reservas, sólo queda lo que pueda disponer el mando español. En la Comandancia del Grupo de Exploración y Explotación 250, situada en Staraia Rakoma, la Plana Mayor intuye lo que se avecina.



Patrullas y destacamentos enemigos, dotados de esquíes, patines y raquetas, venían atacando con frecuencia y por sorpresa a lo largo de la costa del Ilmen, numerosos puestos de vigilancia y posiciones aisladas españolas. Los soviéticos, envueltos en blancos blusones de camuflaje, surgían de las tinieblas de la noche deslizándose velozmente por la superficie helada del lago, disparaban sus naranjeros y sus ametralladoras Maxim, emplazadas en ligeros trineos de mano, y desaparecían cual fantasmas en dirección Este, dejando atrás unos cuantos cadáveres, unas isbas incendiadas o unos búnkeres volados.

Para repeler estos ataques e impedir la infiltración de fuerzas enemigas por las zonas desguarnecidas o desenfiladas del subsector, mandado por el comandante Ángel Sánchez del Águila, jefe de los exploradores, el general Muñoz Grandes ordenó la formación de la Compañía de Esquiadores al teniente José Otero de Arce. La Comandancia se estableció en el poblado de Babky y la misión de los esquiadores era la de patrullar continuamente por el borde del lago cubriendo un frente de ocho kilómetros, distancia comprendida entre el norte de Babky y el sur de Spasspiskopez. La División Azul iba a contar con una unidad móvil capaz de acudir con rapidez al lugar donde se la requiriera.



Los españoles tampoco cuentan con reservas; el Regimiento 269.º está muy mermado de efectivos, el 262.º defiende Novgorod y el 263.º se extiende por todo el frente que corresponde a la División.

Alguien sugiere que pueden disponer del grupo de esquiadores.

La Compañía de Esquiadores tiene su puesto de mando en Samokrazha, una fuerza mixta de aproximadamente dos centenares de hombres al mando del capitán José Manuel Ordás Rodríguez.

La fuerza recibe orden de trasladarse a Spasspiskopez.



Un viento ululante que soplaba por la despejada amplitud del lago Ilmen y arrastraba la nieve en remolinos, envolvía la desvencijada isba (cabaña, vivienda rural de madera) que servía de caseta de radio a la Compañía de Esquiadores. El radio Varela escucha la voz que le indica: "La División al teléfono". Tras unas cuantas frases, Varela sale corriendo afuera y busca al comandante Sánchez del Águila; una vez de vuelta a la emisora, coge el receptor.

Finalizada la conversación despliega un mapa sobre la mesa de madera de abedul. En la parte superior, a la izquierda, figura la escala: 1:100.000; en el centro un nombre: Novgorod; a la derecha los cartógrafos de Estado Mayor han escrito: Blatt Nr. 0-36 VII Ost. El comandante localiza la posición de Vsvad, a treinta kilómetros en línea recta de donde se encuentra.

El general Agustín Muñoz Grandes había depositado su confianza en la Compañía de Esquiadores, dijo a sus oficiales. Debían disponerse a partir a la mañana siguiente, en diagonal atravesando el lago, lo más rápido que el tiempo y la orografía permitieran. El cálculo del capitán era de ocho horas de origen a destino, no obstante consideró llevar provisiones para tres días. Nueve fusiles automáticos proporcionarían una potencia de fuego extra. Todos los reunidos comprendieron que se trataba de una gesta heroica (así figura en la Hoja de Campaña, del 17 de febrero de 1942, p. 2).



Spasspiskopez era una aldea batida por el viento gélido del Ilmen de día, con 30º bajo cero si luce el Sol, y de noche, con 55.

El sábado 10 de enero el termómetro se mantenía en los 32 grados negativos. Era el sábado 10 de enero cuando los 206 hombres de la Compañía formaron con su indumentaria blanca de camuflaje. El viento, incesante y mordedor, les arroja nieve a la cara.

La columna de hombres, caballos, carruajes y el trineo ambulancia estaba dispuesta para partir. Los soldados, españoles, y los conductores, rusos aldeanos que acompañaban a sus cabalgaduras y enseres, habían cargado la impedimenta, las cajas de munición, las granadas de mano, las mantas, los sacos de víveres, los trípodes antiaéreos para fusil individual y ametrallador. A cada Pelotón se le había asignado un trineo y los trineos transportaban los cinco fusiles ametralladores procedentes del Batallón de Depósito 250, el famoso, heroico y diezmado Batallón de la Tía Bernarda; así como las bengalas de paracaídas de seda y el resto de la dotación. Dadas las condiciones climáticas y la orografía, nadie creía que la distancia fuera a cubrirse en las posibles ocho horas que se barajaban.

De la Comandancia sale el capitán Ordás a quien el teniente Otero de Arce, al frente de sus 154 esquiadores da la novedad.

Forman seis Secciones de la Compañía Divisionaria de Esquiadores 250, mandadas por los tenientes Vicente Castañer Enseñat, Antonio García Porta y Jacinto del Val, y los alféreces Germán Bernabéu del Amo, Joaquín García Lario y Alfonso López de Santiago. Forma el personal de la Plana Mayor del teniente José Otero de Arce, jefe de la Compañía, compuesto de un sargento, tres cabos y doce soldados. A estas tropas se habían agregado tres tenientes, un sargento y tres guripas del Grupo de Exploración; los tenientes eran Bernardino Domínguez Díaz, jefe de la unidad, Pedro Sánchez Bejarano, médico, y el intérprete Constantino Alejandrovich, un ruso blanco que había combatido en La Legión durante la pasada guerra española y que había cruzado el Ilmen anteriormente en misiones de enlace, y los también intérpretes Willie Klein y Michael Schumacher, de la Wehrmacht. Otras fuerzas agregadas eran las del Batallón de Depósito 250: un cabo y once soldados, y las del Grupo de Veterinaria: siete soldados. Más los dos sargentos, los dos cabos y los cinco guripas de la Plana Mayor de la 5.ª Compañía Divisionaria de Antitanques cuyo jefe, el capitán Ordás —considerado un héroe entre sus hombres por sus méritos en las contiendas del protectorado marroquí y en la reciente guerra civil— se trajo consigo al hacerse cargo del mando de la agrupación de fuerzas que se dispone a partir hacia Vsvad.

Muñoz Grandes había enviado a su ayudante, el capitán de Corbeta Manuel Mora Figueroa, a desearles buen viaje. "Vais a liberar a un batallón de camaradas alemanes", dijo Mora Figueroa. "Cruzaréis el lago. La marcha será corta pero dura. Os enfrentaréis a fuerzas soviéticas superiores en número. Si alguno de vosotros está enfermo que lo diga ahora."



El capitán Ordás dio la orden de partida. Los guías que señalaban la dirección de marcha, Miguel Piernavieja y Marcos García, comprueban que al llegar a la orilla del lago la temperatura es de 56º bajo cero.

Las penalidades eran continuas. El trineo ambulancia ya no puede acoger más congelados y exhaustos. El capitán Ordás cuenta las bajas y ordena que de se habilite otro trineo para el transporte a origen de los heridos y agonizantes.

"Cortando por ahí —señala con su bastón— alcanzaréis la costa entre las aldeas de Jerunovo y Jamok, junto a la desembocadura del río Veriasha. Debemos estar a su altura, poco más o menos. De allí subiréis por tierra hasta Spasspiskopez. ¡Ah, y decid a los nuestros que seguimos adelante!

La Compañía de Esquiadores prosigue la penosísima marcha. El teniente Castañer y el sargento Cayetano Montaña animan a la tropa: "¡Vamos, chavales, que esto es una juerga!"

El lago es una llanura tortuosa y abrupta en el centro, con altos acantilados cerrando el paso de la columna, con anchas fisuras obstruyendo la marcha de hombres, caballos y trineos. Tampoco era una losa compacta; debajo de la plancha de hielo se movían las aguas atrapadas y la presión de su oculta corriente era la que había resquebrajado la losa de vidrio, abriendo las grietas y elevando barricadas de acceso imposible. En los ventisqueros, los caballos se sumergen en la nieve por encima de los corvejones y los guripas se hunden hasta la cintura. La nieve errante, zarandeada por el viento, se acumula en los hoyos y las quebraduras.

El teniente médico del Grupo de Exploración y Explotación250, Pedro Sánchez Bejarano, recorría la columna recomendando a los soldados que procuraran respirar solamente por la nariz.

El sargento telegrafista informa al capitán Ordás que se ha estropeado la radio.

A la vanguardia de la columna sigue la 1.ª Sección de la Compañía de Esquiadores, mandada por el teniente Otero de Arce. El plan previsto al comenzar la marcha fue que las Secciones se relevaran cada cierto tiempo en la cabeza; pero al tropezar con las primeras barreras y fisuras, la línea recta que hasta entonces formaba la columna se hizo un ovillo, y la necesidad de bordear los obstáculos en busca de accesos acabó por desorganizar el orden inicial del avance.

El teniente Castañer dice: "Ya falta poco, muchachos." Los oficiales mienten a sabiendas. Y añaden: "¡Esto es una juerga para nosotros!"

El viento cargado de nieve pincha como agujas y empuja y derriba.

La radio ha vuelto a funcionar. A mediodía el Sol consigue rasgar la niebla pero no luce ni calienta.

Los taludes del lago alcanzan una altura de dos metros, las grietas se ensanchan y las simas son más negras y profundas.



El capitán Ordás ordena al sargento de Transmisiones que cada media hora comunique con el Cuartel General de Grigorovo. Pero el aparato TSH falla de nuevo. No hay manera de arreglarlo. "Tome el trineo y regrese a Spasspiskopez", ordena el capitán Ordás al sargento Varela. "Que le den un aparato nuevo y regrese inmediatamente."

Otras cinco bajas por congelación que son subidas a un trineo y puestas en camino de regreso.

El movimiento de la columna se entorpece, han de extremarse las precauciones y las medidas de seguridad. Se camina a rito de un kilómetro por hora y no se puede alzar la voz para evitar aludes y porque el enemigo puede estar al acecho.

Sobreviene el crepúsculo. Los sanitarios no dan abasto entablillando brazos y piernas, aplicando compresas de algodón hidrófilo, repartiendo sorbos de brandy, friccionando pies, manos y orejas y cargando en los trineos los cuerpos atacados por las dentelladas del frío. Las caballerías sufren como las personas.

A las cinco de la tarde es noche cerrada. No se ve más allá del hombre que va delante; si no fuese por el hilacho de luz rojiza de las linternas de los sargentos cualquiera creería estar solo en mitad del lago. Una sima se traga un trineo, incluido el caballo y la carga.

Los soldados pierden la noción del tiempo y el espacio; se insensibilizan los cerebros, se adormecen las ideas, se endurecen los pies, se acorchan las manos. Hasta que un grito despierta del falso sueño: "¡Alto! ¿Quién vive?" Es la voz del centinela de retaguardia. Responde el retornado: "¡España! ¡El sargento de Transmisiones!

El capitán Ordás ordena la comunicación con la División y ahora es posible.

10 de enero. Nueve y media de la noche. Muñoz Grandes a Ordás: "La guarnición de Vsvad se sostiene valientemente. Es absolutamente necesario socorrerlos. El honor de España y el espíritu de la fraternidad de nuestro pueblo lo exigen. Todos estamos pendientes de los heroicos soldados de Ordás. Ánimo, tenéis la gloria en vuestras manos. Atacad resueltamente. ¡Arriba España!"

Respuesta: "Capitán Ordás a general Muñoz Grandes. Atacaremos. ¡Arriba España!"



La brújula ha vuelto a estropearse. La columna avanza sin rumbo y es muy probable que éste derive equivocado durante las últimas horas. Por lo que la columna que progresa trazando enormes curvas y hasta círculos en su afán de hallar accesos entre los altos taludes de hielo, corre el riesgo de ir a parar a territorio enemigo.

Los soldados españoles deben seguir avanzando entre riscos y barrancales de cristal, dunas y ventisqueros. Aún deberán marchar horas y más horas con la nieve a la cintura, tropezando con nuevos parapetos de hielo que tienen que bordear, soslayando además gruesos troncos de abedul arrastrados desde la orilla y apresados entre brazadas de maleza, arbustos, lianas y tierra de aluvión. Siguen perdiéndose trineos y caballos succionados en las quebraduras del hielo y arrastrados por la corriente interior. Y continúan desertando los conductores de los carruajes al embozo de las tinieblas.

El teniente Otero de Arce da orden de alto; ordena a su asistente, Ángel Marcos Rivero, que enlace deprisa con la 1.º Sección: "Dile al teniente Castañer que envío un par de patrullas para explorar el terreno y establecer contacto con el enemigo."

El teniente Castañer los ve partir hacia el Sur; seis hombres por un lado, cuatro por el otro. El primer grupo va encabezado por Mariano Sánchez Covisa; el segundo, Ramón Valentí Abadía.

Sánchez Covisa emprende la descubierta en solitario una vez llegado su grupo cerca de la orilla; gana la altura y se arrastra unos metros en lo que ya se supone tierra firme, aunque todo es hielo y nieve. Ve unas isbas y hacia ellas se dirige reptando. Percibe voces humanas, hablando en alemán. Puede ser una trampa. Pero tiene que actuar; empuña una granada de mano y carga contra la puerta que cede con estrépito. Da el alto en alemán y observa con máxima tensión el terror reflejado en los rostros de los tres ocupantes que ha provocado su inesperada irrupción.

Pronuncia con urgencia: "Kameraden." Baja el brazo que sostiene la granada y continúa: "¡Spanien, Spanien! ¡Spanien, Kameraden! ¡Blaue Division!"

Los tres soldados alemanes creen ver visiones. Se aproximan a Covisa con recelo: "¿Spanien?"

No dan crédito a sus ojos. Piensan que ha llegado un fantasma.

Son elementos de la 81.ª División.

El asistente Marcos García García informa al teniente Castañer que han contactado con soldados alemanes destacados en la aldea de la orilla, Ustrika se llama. Eso significa que la columna se ha desviado considerablemente de la ruta prevista. Brumas, ventisca, acantilados, fisuras, ventisqueros y el fallo de las brújulas hacían sospechar este resultado.

Hay que seguir, ordena el capitán Ordás. Y cada hombre carga la atrocidad de cuarenta y cinco kilos para compensar las bajas y las pérdidas; a la espalda y al hombro, arrastrando los pies, encorvados, soportan el peso del macuto, el fusil, el municionamiento y los bultos compartidos.

"¡Hale, hale, muchachos, que ya estamos llegando!"



La columna penosamente llega a Ustrika, guarnecida por elementos de la 290.ª División Motorizada del Norte de Alemania. Ha finalizado la travesía del lago. Ahora hay que ir a Vsvad a socorrer a los cercados.

Un descaso para la tropa en Ustrika. El capitán Ordás y el teniente Otero de Arce dictan al sargento de Transmisiones un mensaje: "11-1-1942. 10'10 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes. Después de atravesar seis enormes barreras de hielo y grietas con agua a la cintura hemos llegado a Ustrika. A causa del frío, radio y brújulas averiadas. Tenemos ciento dos congelados, de ellos dieciocho muy graves. En las simas del lago hemos perdido varios trineos. Espíritu elevadísimo."

Respuesta: "11-1-1942. 10'30 horas. General Muñoz Grandes a capitán Ordás. Conozco vuestro esfuerzo durante la penosísima marcha que habéis realizado. Si la suerte no os acompañó en el logro total de vuestro propósito no fue vuestra culpa. La guarnición de Vsvad sigue defendiéndose valientemente y hay que socorrerla cueste lo que cueste, aunque queden todos los nuestros sobre el hielo, aunque sólo sobrevivan unos pocos, incluso tú solo. Seguid adelante hasta morir. Todo por el heroísmo de los defensores de Vsvad. O se les salva o hay que morir con ellos. En nombre de la Patria, gracias; y no desfalleced. Confío en vosotros".



La Compañía de Esquiadores queda temporalmente adscrita, sin perder su autonomía ni su dependencia superior a la División Azul, al Grupo Lüer de la 290.ª División de la Wehrmacht.

Tras el breve reposo en Ustrika, los españoles prosiguen su avance por la orilla del congelado Ilmen hacia Vsvad, queriendo despejar el camino por el que habrán de volver con los liberados alemanes, ocupando en primer lugar la aldea de Sadneie Pole: "¡Adelante, muchachos. Estamos llegando!"

Mensaje al Cuartel General español: "Hemos ocupado Sadneie Pole y han salido patrullas de reconocimiento en dirección a Pagost Ushin y Dubrovo."

Los españoles han progresado seis kilómetros por tierra firme; les quedan catorce para enlazar con los alemanes de Vsvad.



El día 14, miércoles y nevando, los españoles abandonaban Sadneie Pole con otras veintiocho bajas en el recuento de efectivos desde la llegada a la ribera meridional del Ilmen por heridas y congelaciones. La unidad quedaba limitada a setenta y seis hombres, un tercio de los iniciales.

Comunica el capitán Ordás por radio: "Empujamos para liberar Vsvad."

El objetivo era la ocupación de Dubrovo y Pagost Ushin, dos aldeas de pescadores, manteniendo ambas posiciones hasta nueva orden. A las diez de la mañana se ocupaba la primera localidad y una hora después entraban en la segunda.

Al anochecer, el capitán Ordás preguntó al sargento médico Santiago Cifuentes Langa por el número de hombres útiles: "Cincuenta y ocho, mi capitán." Había sido una jornada muy dura.

El frío acuchillaba las insuficientemente arropadas carnes de los centinelas españoles apostados en los pozos de tirador, abiertos a golpes de pico y pala junto a las isbas extremas del poblado de Schischimorovo. La exigua tropa, que era el segundo grupo que partía de Sadneie Pole, hubo de recorrer a paso de carga los seis kilómetros entre la citada población y Schischimorovo, el destino de la jornada; cuatro horas de marcha terrible con la nieve a la cintura, cuarenta grados bajo cero y cuarenta y cinco kilos de impedimenta a la espalda.

A las 13 horas reporta Ordás: "Hemos tomado Shishimorovo. Nuestra guarnición de allí... reforzada por alemanes y letones."

Un paseo que sumaba la ocupación de media docena de aldeas: Borissovo, Novoie Borissovo, Volkovizy, Vereskovo, Penikovo y Schischimorovo, el cruce del cauce congelado de dos ríos y la toma de un molino de viento.

Los centinelas —Emiliano Rodríguez Cecilia uno de ellos— avistaron unas siluetas de blanco camuflaje y abrieron fuego, respondido inmediatamente.

"¡Duro con ellos!" Por primera vez desde la llegada de los divisionarios españoles a la orilla meridional del Ilmen tronaba el viejo grito de combate: "¡Arriba España!"

A las once y media de la noche el enemigo se retiraba a sus posiciones de partida, deslizándose sobre sus esquíes.

14-1-1942. 23'30 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: "Guarnición de Schischimorovo ha sido atacada por esquiadores soviéticos, que se han retirado después de pequeño combate. Prisioneros cogidos declaran que en el sector comprendido entre Bolshoye Utschno y Maloye Utschno se encuentran tres mil esquiadores siberianos."



Nevaba en Grigorovo, sede del Cuartel General de la División Española de Voluntarios cuando se recibió el siguiente parte.

15-1-1942. 5'45 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: "Llamado urgentemente por el jefe del sector, éste me comunica haber recibido la orden de liberar Vsvad. Posteriormente, por orden expresa del Führer, queda sin efecto la primera, siendo la propia guarnición de Vsvad la que deberá la que deberá romper el cerco y retirarse en la dirección más favorable. Apoyándome en la buena disposición de mis fuerzas y su elevadísima moral, rogué se me concediera el honor de ayudar a Vsvad. Consultado el general alemán, aceptó el ruego."

El general Muñoz Grandes dictó la respuesta a las 8'40 horas. "General a capitán Ordás: Confío en vuestra pericia, en vuestro valor y en Dios. ¡Arriba España!"



16-1-1942. 18'50 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: "Mañana avanzaremos."



A las diez de la mañana del 17 de enero el teniente García Porta ordena: "¡Atención! ¡Firmes!"

Aparecía una débil luminosidad por la parte del río Polisti cuando el teniente Otero de Arce se ajustó las manoplas, alzó el brazo y exclamó: "¡Arreando!"

Los supervivientes de la Compañía de Esquiadores 250, una cuarta parte de sus efectivos iniciales, se pusieron en movimiento hacia el Sureste. Con ellos iba un refuerzo de 40 soldados letones pertenecientes a la 81.ª División de Infantería de la Wehrmacht.

A los tres kilómetros de dura marcha, como la de días precedentes desde la llegada a la ribera meridional del Ilmen, tres aviones soviéticos en formación de cuña sobrevolaron la columna en dirección a Vsvad, que había rebasado las aldeas de Novoye Ushin, Krassnaya Niva y enfilaban la de Starayi Ushin. El destino era Maloye Utschno.

"¡Hala, muchachos, de prisa!", animan los oficiales.

Los guripas tropezaban entre sí, resbalaban en los montículos barridos de nieve por la ventisca y en los surcos trazados por los patines de los trineos que les precedían. Resbalaban, caían y se incorporaban mascullando imprecaciones. Y seguían andando, paso a paso, maquinalmente, ajenos ya al tronar de la Artillería, al silbido fluctuante de los obuses y a los resplandores que brotaban al fondo de la tundra.

La columna penetra en Maloye Utschno sobre cuya única calleja, formada por una doble hilera de cabañas, confluyen dos caminos carreteros; uno se alarga en dirección Suroeste, hacia Vereskovo, y otro se prolonga hacia el Sur, siguiendo la marcha de la tropa.

Continúa la marcha y al mediodía, a medio kilómetro de Maloye Utschno, la columna atraviesa la aldea de Bolshoye Utschno, donde convergen otros dos caminos vecinales.

El camino de marcha desciende hasta el fondo de una suave vaguada. La columna cruza un puente de rollizos sobre el lecho cristalizado del río Tschernez. Después, a trescientos metros, y aunque la ventisca emborrona el paisaje, está la aldea de Shiloy Tschernez. El teniente Otero de Arce dispone que sus oficiales adopten las precauciones oportunas para evitar un ataque por sorpresa. O un recibimiento con música, como acostumbran decir los guripas, con la sarcástica fatalidad que les caracteriza.



La música de ametralladoras y granadas empezó a sonar en cuanto a los treinta y seis españoles que formaban la vanguardia asomaron sus cabezas por encima del ribazo derecho del Tschernez.

—¡Desplegarse! ¡Desplegarse! —ordenaba el teniente Otero de Arce a la vez que disparaba su pistola ametralladora-. ¡Cubrirse, muchachos! ¡Fuego, fuego, fuego!

Tabletea el fusil ametrallador de 7'92, de largo alcance y cadencia de 300 disparos por minuto, del sargento Cayetano Montaña y del cabo Manuel Muñoz Simón.

—¡Al asalto, muchachos! —vocifera el teniente Otero de Arce.

El enemigo es superior en hombres y armas y está ventajosamente situado sobre la loma y a resguardo de las isbas.

—¡Al asalto! ¡Duro con ellos! ¡Arriba España!

Los guripas, entre ellos el sargento José Sánchez Escudero, de la 6.ª Sección, y los soldados Ángel Gonzalvo González y José Martín Martín, se despliegan en abanico para atenazar la aldea por sus extremos.

—¡Al asalto! ¡Armad las bayonetas!

Entre el fuego y los aludes de nieve y tierra, los españoles avanzan lanzando su famoso grito de guerra: ¡Arriba España!, al que los soviéticos replican con su escalofriante y triple exclamación: ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!

Blandiendo sus fusiles, lanzando las granadas, los españoles desalojan a los soviéticos de las chozas y ocupan Shiloy Tschernez.

—¡Duro con ellos! ¡Perseguidles!

El enemigo se retira hacia el Sur, arrastrando a sus heridos y abandonando a sus muertos.

Pero no todos los heridos fueron acompañados a retaguardia. El soldado Antonio Moya descubrió a cuatro en una de las viviendas situadas a la salida de la aldea.

—¡Alto! —chilló.

Los cuerpos tendidos en el suelo sobre unos haces de paja alzaron los brazos por encima de sus rostros espantados.

—¡Ranieiye! ¡Niet komunisty! —explica uno de ellos.

Curados en primera instancia en la misma choza —Spasiba— fueron trasladados con los heridos españoles a los trineos-ambulancia.

—¿Ubiósh meñá?

—Nosotros no rematamos a los heridos.

No tardó en llegar el contraataque, avanzando la tropa de asalto en medio del temporal de nieve.

—¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!



Los esquiadores rechazaban el contraataque soviético a Shiloy Tschernez. El teniente Otero de Arce ordena que dos escuadras de fusileros salgan en persecución del enemigo por la carretera que conduce a Penikovo.

Ahí van José Sánchez Escudero, Joaquín Escosa, Jorge Hernández Bravo y Virgilio Hernández Rivadulla, entre los doce, con el teniente jefe de la 1.ª Sección Vicente Castañer. Pronto caerá la noche y han de establecer contacto con los esquiadores soviéticos apostados en la aldea de Penikovo y desalojarlos.

—¡A tierra! ¡Cuerpo a tierra!

Tableteaban las ametralladoras de 7'62 milímetros de la defensa soviética.

—¡Cubrirse, muchachos! ¡Fuego, fuego, fuego!

Carreras, caídas, disparos sueltos.

—¡Desplegarse! ¡Desplegarse!

Los españoles corrían, saltaban lateralmente apartándose del camino vecinal enfilado por las ametralladoras ligeras Degtyarev RPD y se arrojaban de bruces en la nieve.

El teniente reagrupó a sus hombres y ordenó el ataque. Había que aprovechar la ventaja de la sorpresa, impedir que el enemigo se rehiciera de ella y sacar partido del efecto psicológico antes de que tomaran conciencia los soviéticos que la tropa asaltante era mínima y agotada. Habían cubierto siete kilómetros y ocupado cinco aldeas esa jornada terrorífica; faltaba la sexta, Penikovo. Pero no pudo ser.

—¡Al asalto!

La ametralladora pesada emplazada en la torre de la ermita de Penikovo frenó a los españoles y dio tiempo no sólo a reorganizar a los huidos sino a ser reforzados con efectivos nuevos y abundantes que galopaban desde el invisible Sur.

Los españoles retrocedieron mal que bien hasta Shiloy Tschernez conteniendo como podían el embiste de los soviéticos.

Comienza un repliegue escalonado que ha de alcanzar, al Norte, la aldea de Bolshoye Utschno. Y allí es donde se dispone la defensa para permitir que los replegados encuentren un punto de descanso en la alocada carrera hacia la salvación.

Una lluvia de proyectiles rasga el aire vespertino. Los esquiadores soviéticos se aproximan peligrosamente con el fuego de sus naranjeros y la protección de carros T-26 que disparan granadas incendiarias.

Continúan llegando españoles huidos de las aldeas conquistadas apenas hace unas horas. Antonio Moya Garcés y Antonio Barbasán Larrea, otros de los escuadristas de la exploración, están llegando; y cerca les siguen Manuel Muñoz Simón y el sargento Cayetano Montaña.

Hay que proteger a los heridos montados en los trineos. Pero es una tarea imposible. Grupos de soldados soviéticos aparecen por todas partes disparando a discreción.

—¡Adelante, chavales, que esto es una juerga!

Uno de los trineos de heridos sirve como parapeto.

—¡Arriba España! ¡Duro con ellos, chavales!

La columna de fugitivos va dejando a su paso un macabro reguero de cadáveres; y de heridos que no pueden ser evacuados y que disparan desesperadamente desde la nieve hasta consumir la munición de las cartucheras o hasta que sus manos se inmovilizan crispadas en el fusil. Armas, carruajes, macutos, caballos, cascos de acero y botiquines de urgencia quedan esparcidos por la nieve. Los trineos volcados obstaculizan la marcha de los que forman la retaguardia.

Los supervivientes españoles retroceden sobre las dunas, los ventisqueros, los hoyos de los obuses, los matorrales y los meandros congelados. Retroceden rendidos de fatiga, de sueño, de hambre, de sed, con los rostros tiznados de humo y los ojos sanguinolentos y febriles.

—¡Adelante! ¡De prisa! —espolea el teniente Castañer.

Los españoles quieren alcanzar Maloye Utschno antes de que la noche se tienda sobre el desolado paisaje y el enemigo acabe con ellos; para ambas cosas falta muy poco.

El Pelotón de vanguardia con el que avanza el teniente Otero de Arce ha rebasado las isbas de Bolshoye Utschno, ha dejado atrás el lecho congelado del río y se dirige hacia el Norte.

—¡Alto! ¡Cuerpo a tierra! ¡Cubrirse!

Carreras, saltos, rafagazos, explosiones. Una patrulla de esquiadores soviéticos se ha infiltrado en el cruce de caminos; pero al ser sorprendidos desaparecen. Rugen los motores de los carros de combate en la cercanía. El enemigo realiza una maniobra de envolvimiento de las isbas, las tejavanas y el molino de viento de Maloye Utschno.

—¡Fuego, muchachos! ¡Duro con ellos!

El cabo Manuel Muñoz Simón y el soldado José Vera Encarnación quieren detener la progresión del primero de los seis T-26.



Asegurando la retirada hacia las posiciones en el Norte, el sargento Rufino Garay y los guripas Avelino Pascual Santos, Carlos Cenen Figueroa, Mariano Sánchez Covisa y Virgilio Hernández Rivadulla, recogen a los heridos rezagados. Prosigue la penosísima marcha hacia Staryi Ushin cruzándose con patrullas soviética que no entablan combate, que al ser advertidas escapan hacia una distancia de seguridad y luego vigilan el rastro.

Horas después, con la Luna apenas visible, el grupo de heridos y sus custodios llega a Staryi Ushin; pero no es el final de la horrorosa jornada del 17 de enero. Una Escuadra sale al paso para indicarles que sigan hasta Pagost Ushin.



17 de enero, 22 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: "El enemigo contraatacó con dos batallones con cañones anticarro y seis carros medios, que rápidamente arrollaron a la vanguardia española. El destacamento rodeado se defendió heroicamente. De los 36 españoles de la vanguardia catorce murieron. El resto rompió el cerco y se unió a la compañía. Nos estamos atrincherando en Pagost Ushin y resistiremos el próximo ataque importante. A las 21'00 recibimos orden de establecer un puesto avanzado en Maloye Utschno."

En Pagost Ushin recibe el capitán Ordás a todos los que por sus propios medios o asistidos consiguen llegar. Y da una orden que le duele a él tanto como a los que han de cumplirla.

—Saldrán inmediatamente hacia Maloye Utschno los alféreces Joaquín García Lario y Alfonso López de Santiago. Dispondrán de una fuerza de veintitrés soldados españoles y diecinueve letones de la Sección que me ha sido enviada como refuerzo. Es de suponer que el enemigo se haya replegado a sus bases, por lo que el camino hasta Maloye Utschno estará despejado.

El teniente Otero de Arce siente una enorme preocupación por la suerte que puedan correr aquellos hombres lanzados a una ciega aventura, obligados a retroceder sobre sus pasos envueltos en la noche y a través de la tundra infestada de esquiadores soviéticos.



18 de enero de 1492. El cerco a la localidad-posición de Vsvad es total. La posición amiga más próxima está a doce kilómetros al Suroeste, y es la aldea de Maloye Utschno guarnecida por veintitrés soldados españoles y diecinueve letones, al mando de los dos alféreces citados.



El termómetro ha descendido a 51º bajo cero durante la noche del 18 al 19 de enero.

La ventisca bate la tundra, borra los caminos y senderos, desgarra los matorrales crecidos a resguardo de los montículos, alisa las depresiones de la yerma planicie y, enfilando los lechos congelados de los ríos y meandros del Lovat, salta aullando por encima de la blanca llanura.

En su cuartel general de Voronovo, el general soviético Morosov decide aprovechar el frío y la ventisca de la noche para rastrillar el sector de Sur a Norte. Al Norte, a cinco kilómetros de Voronovo, está enclavado el islote español de Maloye Utschno.



Los guripas Juan Muñoz Cassini, Fernando Martínez Laredo hacían guardia en el confín oriental de Maloye Utschno; en el occidental y metido en un pozo de tirador, vigilaba Julián Martín Fabián; en el meridional estaban el cabo Feliciano Cañedo Águilas y el guripa Manuel Sanchís Sánchez; en la zona septentrional se situaba el cabo Julio Mariño Barrios. El intérprete del destacamento español era el sargento Michael Schumacher.

A las siete y cuarto de la mañana del 19 de enero se desató la ofensiva soviética contra la aldea y su exigua guarnición.

—¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!

—¡Fuego a discreción! ¡Fuego, muchachos, fuego!

—¡Tanques! ¡Vienen los tanques!

—¡Fuego, muchachos! ¡Arriba España!

—¡Armad las bayonetas!

A las siete y media de la mañana Maloye Utschno ha dejado de existir como posición española.

La guarnición de Pagost Ushin, desde la que se escucha el estruendo de la desigual batalla, permanece en estado de alerta.



Una Sección al mando del teniente Otero de Arce sale de Pagost Ushin en dirección a Maloye Utschno. Son las diez y media de la mañana y hay 52º grados negativos en el ambiente. La diminuta columna de exploración y rescate la forman ocho españoles seguidos de dos trineos y por detrás un Panzer alemán de 24 toneladas y dos Secciones alemanas de la 81.ª División.

Los esquiadores españoles han de contraatacar con lo que tienen la aldea de Maloye Utschno y socorrer a los compatriotas allí destacados. Los expedicionarios temen lo peor; dudan que alguien haya sobrevivido al ataque.

Los refuerzos alemanes se retrasan, como si no les venciera la prisa que empuja a los españoles que no esperan el reagrupamiento.

—¡Alto!

Unas sombras se mueven hacia los expedicionarios; parecen cuerpos tambaleándose.

—¡Alto! ¿Quién vive?

—¡Españoles! ¡Somos españoles!

Son cinco españoles y un letón; el número de supervivientes del ataque a la posición de Maloye Utschno.

Aprieta el frío. A unos trescientos metros hacia el Sur se distinguen las ruinas de Maloye Utschno. De allí brota el fuego de ametralladoras, antitanques y carros de combate contra la mínima fuerza española que sigue aproximándose cumpliendo la orden recibida.

—¡A tierra! ¡Cuerpo a tierra!

Un cazabombardero soviético se suma al ataque; una, dos pasadas ametrallando.

Desaparece el avión y entonces el teniente Otero de Arce manda reemprender la marcha. Pero vuelve el cazabombardero y por tercera vez los rocía de balas. Hasta que nuevamente se pierde, esta vez hacia el Este.

—¡Arriba, muchachos! ¡Adelante!

El silencio impera ahora en la llanada. El teniente estudia mentalmente al silencio enemigo y la posibilidad del asalto a la aldea con los efectivos que le restan. Pero cuando la unidad se encuentra a un centenar de metros aparece por la retaguardia un trineo conducido por un soldado español.

—Mi teniente, el capitán le ordena el regreso a la base. Dice que suspende la operación, ya que los tanques enemigos están dentro de Maloye Utschno.

A punto de regresar el guripa Manuel Herrero Granados advierte un ligero movimiento en la nieve, cerca. Es un herido; un sargento letón que todavía ha podido escapar del infierno matutino. Lo recogen y lo embarcan en el trineo. El rescate del malherido ha podido costar la congelación de los salvadores a quienes se les fricciona fuertemente con nieve, sobre la marcha, sin dejar de retroceder hacia Pagost Ushin, acompañados por las explosiones de los proyectiles antitanques que les envían de Maloye Utschno.



19 de enero, 13'30 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: "A las siete de hoy el enemigo ha lanzado un ataque en masa sobre Maloye Utschno suprimiendo la guarnición de veinticinco españoles y diecinueve alemanes. El ataque fue apoyado por carros. La compañía se desplegó y logró rescatar a cinco españoles heridos y dos letones. La enorme concentración enemiga nos impidió reconquistar el puesto. La guarnición no capituló. Murieron con las armas en la mano. Observamos una gran masa enemiga concentrándose en Maloye Utschno y Bolshoye Utschno. Esperamos el ataque. Sabremos morir como españoles."

19 de enero, 23'00 horas. General Muñoz Grandes a capitán Ordás: "Habláis como sólo los héroes lo harían. Así y sólo así se construye un imperio. Ánimo. Vuestra conducta es el orgullo de esta brava División. Pese a todo venceréis. Hay un Dios y Él os concederá la victoria porque sois los hijos más valientes de España. Un abrazo que no será el último."

Los españoles se aprestan a fortificar algunos puntos estratégicos de Pagost Ushin.

El capitán Ordás comunicó telefónicamente con el capitán Lüer, cuya Comandancia continuaba situada en Borissovo, siete kilómetros al Suroeste de Pagost Ushin.

Dijo: "Me quedan solamente veinte hombres en situación de combatir. El resto de mi Compañía ha causado baja. Solicito el envío inmediato de refuerzos.

Pero los refuerzos no llegaron aquel día y sí los cazabombarderos soviéticos, dispuestos a aniquilar al grupo de supervivientes españoles.

—¡Cubrirse todo el mundo!

De noche volvieron a pasar y repasar la aldea de pescadores.

—¡Sanitarios!

Los sanitarios recogieron a seis guripas heridos.

—¡Los puestos de escucha deben ser reforzados!

¿Con qué tropa?, se preguntan oficiales y soldados.

Suponiendo que el enemigo intentaría el cerco, se ordena quemar los almiares para que evitar que dificulten la visión de los defensores. Ángel Santos Conejo y otro guripa se ofrecen para la misión que les aleja unos metros de la posición defensiva avanzada.

Poco después los soviéticos comenzaban a atacar con sus tanques; pero al cabo, desconociendo los españoles el motivo, queda abortado el ataque y se retiran a sus bases.



20 de enero, 14'30 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: "Anoche nos bombardearon tres aviones rusos. Al atardecer, grandes masas enemigas avanzaron contra nuestras posiciones. Han salido varios voluntarios para incendiar los carros enemigos (con cócteles Molotov). El movimiento de penetración del ataque ha sido contenido y el enemigo se retira. Dios existe."

16 horas: "El jefe de la 81.ª División nos felicita y concede condecoraciones."



En el ocaso del día 20 de enero, el teniente Otero de Arce recibió instrucciones para intentar el enlace con los alemanes sitiados en Vsvad.

Dijo el capitán Ordás: "Los alemanes abandonarán Vsvad esta misma noche. Saldrán hacia el lago por el golfo de Tuleblisky, y siguiendo una línea horizontal procurarán acercarse a nosotros bordeando la costa. Puede usted disponer de los dos sargentos y los quince soldados que nos quedan. Le deseo mucha suerte, teniente."

Los españoles avanzaron en orden de despliegue. Cuando observaran señales de bengalas en el interior del lago, que era la señal convenida con los alemanes en repliegue, debían proceder disparando las que portaban en una secuencia rápida de blancas-verdes-blancas. Pero no advirtieron bengala alguna y sí fuego de ametralladoras proveniente de la orilla derecha que les apuntaba.

A las dos de la madrugada del día 21 callaron las ametralladoras y el teniente ordenó retroceder. A las 3'30 entraban en Pagost Ushin, ateridos de frío y sin contacto con los alemanes de Vsvad que se supone hacía tres horas habían abandonado la posición y comenzado a cubrir los quince kilómetros de distancia en dirección Oeste hasta la Comandancia española.



A las 4'45 de la madrugada del 21 de enero, el teniente Otero de Arce, un sargento y cinco soldados, retomaron el camino del lago. A las 5'30 percibieron sonidos, voces, relinchos y crujir de pasos, y el teniente ordenó disparar las bengalas según la secuencia prevista. Al cabo, aunque pareció una eternidad, la secuencia de bengalas obtuvo respuesta; a su resplandor distinguieron los españoles las manchas difusas de una columna en marcha.

Oyen gritos en la oscuridad: "¡Kameraden! ¡Kameraden! ¡Kameraden! Y relinchos y chirriar de patines.

—¡Adelante, muchachos! —ordena el teniente a su tropa.

Las siluetas de los soldados alemanes se perfilan en la plateada oscuridad, se acercan, se agigantan. Se alzan brazos blandiendo fusiles, surgen gritos de júbilo y risas nerviosas. Los alemanes son muchos y vienen enfundados en gruesos capotes y blusones de camuflaje; detrás de la vanguardia se deslizan varios trineos.

El teniente Otero de Arce y el capitán Pröhl se estrechan la mano antes de abrazarse.

—Danke schön.

Los soldados alemanes abrazan a los españoles, que son pocos pero tremendamente animosos y que ahora los preceden, habiendo cumplido por fin la misión, camino de Pagost Ushin.



Cuando las fuerzas conjuntas hacen su entrada en Pagost Ushin una Escuadrilla de cazabombarderos soviéticos ataca la columna. Los aviones ametrallan y cañonean la calleja del poblado. Los soldados corren por entre las isbas, se arrojan al interior de las zanjas y de los hoyos, se parapetan detrás de los brocales de los pozos y se escurren bajo las techumbres de los corrales y los graneros que todavía no han sido pulverizados por las explosiones.

El capitán Ordás abraza al teniente Otero de Arce, al capitán Pröhl y al resto de oficiales alemanes.

El teniente Otero de Arce requirió de asistencia médica.

21 de enero, 09,45 horas. Capitán Ordás a Muñoz Grandes: "Un destacamento salió esta mañana de Maloye Utchno para Vsvad. La guarnición de Vsvad, que hizo una salida anoche, abrazó a nuestros hombres (sobre el lago helado) siete kilómetros al este de Uzhin. Vuestras órdenes han sido cumplidas por entero."



Aquella mañana del 21 de enero se recibió en la Comandancia de Pagost Ushin un mensaje emitido por radio desde el Cuartel General de la División española en Grigorovo.

21-1-1942. 11'40 horas. General Muñoz Grandes a capitán Ordás: "Envíe por correo urgente relación nominal de los que salisteis, bajas habidas y los que quedan, y por radio relación numérica."

Fueron repasados los estadillos de altas y bajas. Los sanitarios reconocieron a los heridos y congelados hospitalizados en Borissovo, dieron el alta a los menos graves y, a las cuatro de la tarde, el capitán Ordás transmitía la respuesta al Cuartel General de la División Azul: "Salimos 206 hombres. Quedamos 34."



Siguieron dos días de descanso, limpieza de armamento y recuperación de las energías físicas; aunque el aderezo de las pasadas de la aviación, con el consiguiente rastro de bombas e incendio, era frecuente, ya familiar. Volvieron a oírse cantos españoles, como este que voceaba Tomás Archeli Fernández: "Dicen los rojos que tienen / que tienen mucho armamento / pero no tienen c*** / para luchar con los del Tercio."



Atardecía el día 23 cuando los centinelas españoles apostados en Pagost Ushin vieron aproximarse por el camino vecinal de Borissovo a una columna de soldados. Eran alemanes de la 81.ª División de Infantería.

A las siete de la mañana del 24, sábado, dieciséis soldados españoles, con el teniente Otero de Arce al frente, se preparaban para una operación de despliegue para recuperar las posiciones perdidas en las jornadas precedentes, soportando una cruel ventisca que barre la tundra. Un Panzer IV abre la marcha, los españoles detrás y un contingente de un centenar de alemanes a la espalda flanqueándolos.

Al poco les recibe el fuego nutrido de las ametralladoras PD.

—¡A tierra! ¡Cuerpo a tierra!

El cañón del 7'5 del carro responde. Los heridos son evacuados a Pagost Ushin.

La vanguardia española logra alcanzar y penetrar en Maloye Utschno; la única calle está cubierta de escombros y cadáveres y salpicada de cráteres. Los soviéticos han huido.

En el difícil reconocimiento de cadáveres los españoles descubren a algunos de los suyos: el alférez Joaquín García Lario, Juan Muñoz Cassini, Julio Marino barrios, el sargento intérprete Schumacher. Van siendo identificados los dieciocho cadáveres que son agrupados a la izquierda de la entrada de la aldea, junto a la casa de baños donde se habían replegado para establecer el último núcleo de resistencia; una resistencia tan inútil como desesperada pero heroica.



El termómetro señala 58º bajo cero; han dejado de funcionar los cerrojos de los fusiles.

—¡Preparad las granas de mano!

Están a la vista de Bolshoye Utschno. El tanque en cabeza desciende dando tumbos la leve vaguada que se abre entre Maloye Utschno y Bolshoye Utschno.

—¡Adelante, muchachos, adelante!

El teniente Otero de Arce anima a sus hombres en el avance. El enemigo comienza a disparar parapetado en las isbas.

—¡A por ellos! ¡Arriba España!

Los españoles saltan sorteando escollos y trepan la ladera soltando con rabia sus granadas de mano. Tabalean las ametralladoras y los naranjeros de la defensa soviética. El estruendo es infernal. Estallan los proyectiles del 7'5 del carro del Panzer IV. La batalla apenas dura diez minutos; el enemigo se repliega hacia el Sur, camino de Shiloy Tschernez, la última de las aldeas que han de recuperar los españoles antes de que concluya la jornada.

—¡Duro con ellos!

Surtidores de nieve, hielo y fango. Estallidos, fogonazos, llamaradas. La ventisca arrecia, el cielo se cierne plomizo y el suelo se estremece bajo las explosiones.

—¡Alto!

Algunos soviéticos se rinden, agotados también por los días de lucha continua y el intensísimo frío.

Shiloy Tschernez cayó en manos de los españoles sin que el enemigo opusiera una tenaz resistencia.

—¡Alto el fuego!

Los esquiadores soviéticos se retiraban hacia la vecina aldea de Penikovo.

Transcurrida media hora de la entrada de los españoles en Shiloy Tschernez hicieron su aparición las vanguardias alemanas de la 81.ª División, que se suponía debían avanzar conjuntamente flanqueándolos. En definitiva, los que se habían batido el cobre eran los dieciséis españoles con la ayuda del Panzer IV.

—¡Atrás! ¡Regresamos a casa, muchachos!

El teniente había cumplido la misión reconquistando los tres pueblos perdidos siete días antes; esos mismos tres pueblos que ahora volvían a abandonar escalonadamente.



25-1-1942. 1'42 horas. General Muñoz Grandes a capitán Ordás: Dime cuántos valientes quedáis."

18'45 horas. Respuesta del capitán Ordás: "Quedamos doce combatientes."

El general Agustín Muñoz Grandes escribe: "Sobre las aguas heladas del Ilmen, y gracias a la bravura y espíritu de sacrificio con que lo atravesasteis para liberar a los héroes de Vsvad, ha rugido el león español. En nombre del Caudillo os concedo, a ti, capitán Ordás, la Medalla Militar individual, y a todos los valientes que te acompañaron, la Medalla Militar colectiva. Por la Patria agradecida os abraza, Muñoz Grandes." Ordena que transmitan el mensaje inmediatamente.

Patrulla de reconocimiento de la División Azul

Patrulla de reconocimiento de la División Azul.

Imagen de Fernando Vadillo y Ediciones García Hispán.



El 27 de enero, el jefe del 16.º Ejército Norte, capitán general Ernst Busch, enviaba una carta al general Muñoz Grandes. "En el día de su cumpleaños, le expreso mis mejores y más sinceras felicitaciones y le deseo obtenga nuevos triunfos al frente de su soberbia División en nuestra lucha común. Aprovecho la oportunidad para expresarle también mi especial reconocimiento hacia los bravos componentes de su División que, para liberar la posición de Vsvad, avanzaron sobre el lago Ilmen y luego, unidos con fiel espíritu de camaradería con las tropas de la 81.ª División realizaron, tanto en la defensiva como en el ataque, gestas tan excepcionales. Esta empresa, de auténtica hermandad, encuentra en todo el Ejército las mayores alabanzas y justifica sienta usted y toda su División la máxima de las satisfacciones. Deseándole a usted, mi general, y a su brava División mucha suerte y nuevas victorias, quedo de usted muy respetuosamente, Busch."

El diez de febrero se recibía en el Cuartel General de la División Azul un mensaje firmado cinco días antes por el general Schopper, jefe de la 81.ª División de Infantería alemana. "En el momento en que cesan de estar a mis órdenes los valientes soldados de su Compañía de Esquiadores, es para mí un deber ineludible expresarle a usted mi agradecimiento y mi admiración por el arrojo temerario y heroico de sus soldados. Ha sido para mí un honor tener bajo mi mando a estas excelentes tropas, y motivo de especial satisfacción que, con la concesión de treinta y dos Cruces de Hierro a la Compañía, haya cristalizado en forma palpable el reconocimiento de los mandos superiores."



Sólo una docena de españoles podía enorgullecerse en vida de aquella gesta y de sus bien ganadas condecoraciones, de las alabanzas, el prestigio, el respeto de los aliados y, andando el tiempo, también de sus adversarios. Sólo una docena de los doscientos seis que iniciaron la misión podían levantarse para recibir la recompensa a su heroísmo.
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Re: Historia de España.

Mensaje por katrall »

Que lastima de eroismo.que leccion dieron a los nazis que tan poco respeto tenian por los soldados españoles.que perdida de vidas por defender tan criminal causa.carne de carne de cañon para los nazis y carne de cañon para los aliados.y acabaron demostrando sus valores en ambos bandos que ahora se les reconoce.
Que lastima que el esfuerzo de tantos republicanos no se tubiera en cuenta para que el tercero en discordia no corriera la misma suerte que sus aliados alemanes e italianos...que lastima!!
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Re: Historia de España.

Mensaje por PIONIER »

Cipriano Mera, un hombre de moral intachable.



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Re: Historia de España.

Mensaje por PIONIER »

Melchor Rodríguez García , un hombre honrado

Segun palabras de un diplomatico extranjero:“andaluz genuino, un anarquista maravilloso que es la bondad y la honradez personificada”.
Imagen
Anarquista, delegado especial de prisiones de Madrid. Durante la guerra hizo lo que estubo en su mano para evitar las sacas que los comunistas realizaban en las carceles para asesinar a los presos.

Un fragmento de una entrevista que se le hizo:

«...Melchor Rodríguez, anarquista. Antiguo director de las prisiones republicanas. De este sujeto que se pasea libremente por las calles de Madrid con los fascistas, el diario fascista Ya de 21 de abril de 1939, a la vez que insertaba una foto suya, afirmaba: "Melchor Rodríguez que, desde su puesto de director de Prisiones de la región del Centro, defendió valientemente a miles de nacionales encerrados en las cárceles rojas". Y después se incluye la siguiente entrevista:
-¿Por qué Vd., siendo anarquista, salvó la vida a tantos nacionales en el periodo rojo?
-Simplemente era mi deber. Siempre me vi reflejado en cada preso. Cuando me encontraba en la cárcel, pedí protección a los monárquicos, a los derechistas, a los republicanos... a aquellos que se encontraban en el poder; entonces me consideré obligado a hacer lo mismo que había defendido cuando yo mismo estuve recluido en las cárceles, es decir, salvar la vida de estas personas.
-¿Le resultó fácil?
-Ahora puedo decir con satisfacción que a menudo me arriesgué a perder la vida propia por salvar las de otros. Muchas veces en mi propio despacho me apuntaron al pecho con el cañón de un revólver. Salía del problema echándole valor. Cuando regresé a Madrid después de haber salvado de la muerte a 1.532 presos en Alcalá, tuve que escuchar unos tremendos insultos y amenazas de jefes de relevancia que hasta llegaron a acusarme de ser un fascista.
Tuve a menudo la posibilidad de huir de la zona republicana, pero no la aproveché, porque ¿quién se hubiese preocupado de los 12.000 presos que había en las cinco cárceles de Madrid, y de los 1.500 en la de Alcalá, de las 28 personas escondidas en mi casa y de muchas, muchas más? Solamente yo podía hacer esto. Ahora debo decir que estaba solo en este asunto. Ninguno de ellos, de los rojos, me prestó ayuda...»


Tras la Guerra fue juzgado y condenado a muerte, entre otros Agustin Muñoz Grandes, el que fuera comandante de la División Azul , declaro a su favor. La pena de muerte le fue conmutada por 20 años de prisión de los que cumplió cinco.
Al salir de la cárcel El Regimen le ofreció un puesto en la organización sindical . También se le ofreció trabajo por parte de muchas de las personas a las que salvo. Siempre declino estas ofertas. Siguió con sus actividades anarcosindicalistas, lo que le llevo de vez en cuando a ingresar en prisión, vivió de forma modesta y trabajo de corredor de seguros. Mantuvo siempre una buena relación con miembros del Régimen, como el ministro de Asuntos Exteriores Martín Artajo.
A su muerte en 1972 acudieron al sepelio muchas personas de ideologías enfrentadas; anarquistas y falangistas entre otros. Se cantó el himno anarquista «A las barricadas», y su féretro fue cubierto con la bandera del movimiento libertario, transcurriendo la ceremonia, sin ningún incidente y con tolerancia absoluta por parte de las autoridades.
Última edición por PIONIER el 05 Feb 2016, 19:09, editado 1 vez en total.
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Re: Historia de España.

Mensaje por PIONIER »

Grosso modo.

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Re: Historia de España.

Mensaje por PIONIER »



Se trata de un anacronismo, pero es bueno. Creo que es de la serie Aguila Roja.
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serrana51
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Re: Historia de España.

Mensaje por serrana51 »

La traicion de los mismos amigos llevar al amigo a la carcel para que sea fusilado el primero,eso es amistad,si señor.
Ya antaño habian malvados y esto sucedia en pueblos pequeños
PIONIER
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Re: Historia de España.

Mensaje por PIONIER »

Nördlingen, 5-6 septiembre de 1634.



La victoria de Lützen en 1632 por el ejército sueco contra las filas imperiales estuvo lastrada por la muerte del genial e innovador monarca Gustavo Adolfo.
Los imperiales retomaron la iniciativa, pero aún sin rey, el ejército sueco era una fuerza muy digna de tener en cuenta.

Las tropas imperiales, bajo mando del Rey de Hungría Fernando, futuro emperador Fernando III de Augsburgo, intentan liberar la zona del sur de Alemania (Suabia), donde liberan las ciudades de Regensburg y Donauworth.
El ejército español, al mando del Cardenal Infante Fernando de Austria, hermano de Felipe IV, se dirigía a Flandes, donde el infante, había sido nombrado gobernador. En su camino, y para asegurar la ruta desde Italia, debía dejar guarniciones, y de paso, ayudar a los imperiales a rechazar a los protestantes.
A pesar de los esfuerzos suecos, los dos ejércitos se reunen al sur de Nordlingen, custodiada por una guarnición sueca, en septiembre de 1.634.

Los generales suecos, Weimar y Horn, propugnaban dos posibilidades distintas.
Weimar, propugnaba atacar al ejército enemigo formado por tropas imperiales, españolas y de la liga católica (alemanes), tras varios años en los que el sistema militar sueco se había mostrado superior al utilizado por los imperiales.

El ejército sueco, con las reformas del "león del norte" (Gustavo Adolfo) había barrido a sus enemigos en prácticamente todos los combates que se había enfrentado. En ellos habían participado en pequeño número, algunos Tercios españoles (italianos sobre todo) y también habían sido derrotados. Esto llevó a juzgar a los generales suecos, a todos sus enemigos iguales a los que habían derrotado y les llévó a subestimar a los "desharrapados" soldados españoles.

Weimar, por lo tanto, propugnaba atacar de inmediato, pués sus informes cifraban las tropas del Cardenal Infante en 5.000 soldados, en lugar de los aproximadamente 12.000 con que contaba el hermano de Felipe IV.



Horn, por el contrario, pretendía esperar a los refuerzos que estaban en camino desde el norte.
Pero la decisión de Oxenstierna, regente de Suecia tras la muerte del Rey, de presentar batalla, para terminar cuanto antes los asuntos en Alemania y poder dedicarse a los problemas económicos que azotaban Suecia tras la larga guerra, junto con la previsible pérdida de prestigio que conllevaría la pérdida de Nordlingen, ante la pasividad de las tropas suecas, llevaron a la decisión de atacar a sus enemigos.

Mientras, las tropas imperiales realizaban varios asaltos contra la ciudad de Nordlingen.

Pero la guarnición sueca pudo aguantar las embestidas y evitó la caida de la ciudad, intentando ganar tiempo para la llegada del ejército que presentían próxima.

Los altos mandos aliados, Cardenal Infante, marqués de Leganés, marqués de los Balbases por España, Fernando de Hungría, Octavio Piccolomini, Gallas por el Imperioy el duque de Lorena por la Liga católica, no querían avanzar dejando en su retaguardia una plaza fuerte ocupada por el enemigo. Si no, deberían dejar una fuerte guarnición para evitar sorpresas, por lo que decidieron dar un asalto definitivo.

Al amanecer del 5 de Septiembre de 1.634, las tropas aliadas se preparan para dar un nuevo asalto, cuando la caballería ligera croata, actuando como los ojos y los oidos del ejército, informa que el ejército sueco avanza rápidamente contra ellos.

Fernando de Hungría y el Cardenal Infante, ordenan a sus tropas prepararse para la inminente batalla.

Tan solo dos tercios de españoles estaban presentes, por lo que históricamente esta batalla se ha dado a conocer como un triunfo imperial.



Los dos tercios españoles sumaban unos 3.200 hombres, pero no eran unos soldados cualquiera.
Había gran cantidad de "soldados viejos", veteranos de muchos de campaña. Muchos oficiales militaban ahora como simples soldados, al haberse quedado sin unidades que mandar.

Su comportamiento en la batalla que se avecinaba, demostraría que se puede considerar a estas tropas como una de las unidades militares más efectivas de la historia de la humanidad.

El día 6, Las tropas suecas llegaron a las proximidades del despliegue católico. Tenían dos objetivos, la colina Hasselber y sobre todo la colina Albuch.

Esta era la altura predominante de la zona, por lo que si lograban ocuparla e instalar las baterías, podrían acribillar todo el campamento y las posiciones de las tropas católicas. En el nacimiento de la colina, había un pequeño bosque.

El avance sueco fue más rápido de lo esperado, por lo que se lanzan a unos 3.000 jinetes imperiales para retardar su progresión. Mientras las tropas de infantería intentan ocupar posiciones defensivas.

Sabedores de la importancia de Albuch, se envían varias mangas de arcabuceros, 200 españoles, 200 italianos y 200 borgoñones, junto con varios dragones. Contra los 3.000 jinetes imperiales, se produce una carga del ejército protestante.

La táctica sueca de la época, marcaba mezclar unidades de mosqueteros con los soldados de caballería. Parece ser que en Breitenfield, los imperiales habían utilizado ya la misma táctica, pero no en esta ocasión. Así, ante el ataque combinado de los jinetes y de los tiradores suecos, la caballería imperial debe retirarse con grandes bajas, pero a cambio ha logrado ganar tiempo para completar el despliegue. El repliegue se produce cuando ya empieza a declinar el día y comienzan las primeras sombras.

A la vez, se ha tomado sin mayores problemas la colina Hasselberg. Weimar, ordena continuar el ataque, tras esta primera victoria. Jinetes e infantes protestantes se acercan al bosque, donde los arcabuceros españoles, italianos y borgoñones, se encuentran al mando del Sargento Mayor del Tercio de Fuenclara, Escobar. Éste, al darse cuenta de la que se le viene encima, ordena salir al llano, y comienza a realizar certeras descargas contra los enemigos.

El fuego de los mosqueteros del ejército de las Naciones es tan eficaz, que momentaneamente paraliza el avance sueco. El fuego era tan intenso, que los suecos decidieron instalar varias piezas de artillería delante del bosque para debilitar la posición de Escobar.

Mientras, parece ser que el Cardenal Infante, ordena mantener la posición a toda costa.
Mientras los arcabuceros combaten, se ordena asentar la artillería pesada en la colina Albuch, y se encarga de la defensa a dos regimientos alemanes, Salms y Wurmser. También, se envían 500 arcabuceros más para reforzar las fuerzas de Esocbar, que están siendo atacadas de continuo.

El Cardenal Infante, sabedor de la importancia de la colina Albuch, y sin duda dándose cuenta de la calidad de los regimientos alemanes, ordena colocar detras, al Tercio italiano de Toralto y unos 200 hombres del de San Severo, unos 1.000 hombres en total. La decisión del general español, se verá justificada a medida que se desarrollen los acontecimientos.

La noche ha caido y el combate en el bosque del nacimiento de Albuch continua. Entre la oscuridad, protestantes y católicos combate. A corta distancia, entre sombras, la potencia de fuego y la espada, pues se llega al cuerpo a cuerpo, de las tropas españolas, causa un elevado número de bajas a las tropas suecas.

Escobar, y el resto de capitanes, mantienen la posición a duras penas.

Finalmente, a las once de la noche, un masivo ataque protestante, con 4.000 hombres, toma el control del bosquecillo. Sus bajas han sido elevadas, mientras que gran número de tiradores españoles logran retroceder hacia la cima de Albuch.

El Sargento Mayor Escobar es hecho prisionero e interrogado, pero Weimar no cree las cantidades de soldados que le informa el español. Los suecos piensan que las tropas españolas que se han reunido con el ejército imperial son mucho más inferiores de lo que cuenta el Sargento Mayor.



Ante los consejos pidiendo prudencia, de alguno de sus subordinados, Weimar, contesta, que le indiquen donde se encuentran esos desharrapados (españoles) para ir a acabar con ellos enseguida. Las victorias suecas habían concedido un sentido de menosprecio contra sus enemigos que jugaría en su contra.

Unidades de caballería italiana e imperiales despliegan en los flancos de Albuch, mientras se fortifica en la medida de lo posible, las posiciones de la artillería pesada, con vistas al ataque que se prevé para el día siguiente. Mientras, la reunión de generales católicos, se decide la táctica para el día siguiente, entre reproches por la pérdida del bosque. Pero el Marqués de Grana, general imperial lo tenía claro y comentó: "Señores, en esta batalla nos van muchos Reinos y Provincias, y así con licencia de su Majestad (Fernando Rey de Hungría), y Alteza Real (Cardenal Infante) diré lo que siento. El peso de la batalla ha de ser en aquella colina, y de los tercios que están en ella el uno es nuevo, que en su vida no ha visto enemigo, y así Señores, será necesario enviar allí un Tercio de Españoles, e irle socorriendo con más gente, conforme a la necesidad nos enseñare"

Acto seguido se ordenó al Tercio de Martín de Idiaquez que se dirigiera a la colina para colocarse en posición. A la vez, se hicieron los preparativos necesarios para ir reforzando, con mangas de arcabuceros y mosqueteros, principalmente, en caso necesario al Tercio.

A la mañana siguiente, cuando el Tercio español iba a ocupar su lugar en la colina, delante de uno de los Regimientos alemanes, su coronel, Wurmser, protestó al Cardenal Infante, alegando que tras más de 30 años de servicio a España no podía consentir formar en segunda línea.
Sí se le ordenaba, acataría la orden y dejaría sitio al Tercio de Idiaquez, pero abandonaría su puesto, cogería una pica, y combatiría como un simple soldado entre las filas del Tercio español.

Por lo tanto en primera línea se encontraban los dos Regimientos alemanes y el Tercio de Toralto. En segunda línea el Tercio de Idiaquez, y unos 1.000 jinetes italianos e imperiales, junto con varias piezas de artillería.
Resto de unidades a la derecha de la colina y a la izquierda mas escuadrones de jinetes.
El grueso del ejercito sueco, unos 10.000 hombres entre jinetes e infantes se dirigen hacia Albuch, al mando de Horn. Flanqueandolos por la derecha caballería y por la izquierda el resto de tropas al mando de Weimar.

El avance sueco empezó apoyado por su artillería, a la que se unió la de los defensores del Albuch intentando dificultar su avance.



Los protestantes avanzan con gran rapidez, lanzándose con fuerza contra los italianos de Toralto que rechazan este primer ataque combinado de infantería y caballería. En cambio los dos regimientos alemanes, son rotos por el empuje de los jinetes enemigos. Los dos regimientos retroceden en completa desbandada. La caballería napolitana ataca el flanco derecho del ataque protestante, logrando hacerlos retroceder.

Los oficiales de los regimientos alemanes logran contener, mal que bien, la huida de sus soldados gracias al ataque de la caballería.

Los suecos se reagrupan y vuelven a atacar, entre ellos, el famoso Regimiento Amarillo, que se lanzan contra el Tercio de Toralto, que mantiene su posición a pesar de la gran presión enemiga.
Los dos regimientos alemanes sufren un nuevo embite de los suecos, y esta vez no hay posibilidad alguna de retener a los soldados, que salen huyendo a pesar de los esfuerzos de sus jefes. El valeroso y leal Wurmser, muere en su posición intentando parar el avance sueco y Salm es gravemente herido, muriendo al día siguiente.

Se dió entonces uno de los casos que de vez en cuando se producían en las batallas de esta época. El Tercio de Toralto y el de Idiaquez acogen a algunos soldados que en lugar de huir quieren seguir combatiendo. Se acogen a su formación y se unen a sus compañeros. Pero esta, era siempre una maniobra arriesgada, pues una masa grande de soldados corriendo y huyendo, podía romper la formación, por lo que como era costumbre en la época (aunque había que ser veterano para lograrlo) los españoles e italianos, "ofrecen las picas" a aquellos que amenazan con romper su formación, quedando ensartados en las picas de sus compañeros, muchos que intentan huir.

La situación es grave. Tan solo el Tercio de Toralto resiste en medio de la marea sueca. Los protestantes han capturado también algunas piezas de artillería e intentan utilizarlas contra los católicos.

En ese momento el Tercio de Idiaquez entra en fuego. Siguiendo la táctica que empleaban normalmente, el Tercio comienza a avanzar hacia las posiciones ocupadas por los suecos. Precedidos por mangas de arcabuceros, que salen del cuadrado de picas, la formación avanza despacio y con firmeza.

La lluvia de plomo de los arcabuceros y mosqueteros españoles hace retroceder a los suecos.
Recordar, que la verdadera potencia del Tercio estaba en sus tiradores. Ellos eran los que poseían la mayor capacidad ofensiva, y que fueron ellos, los que dieron a los Tercios, en gran medida su legendaria potencia de combate.

Los disparos y las picas españolas limpian las posiciones que ocupaban los dos regimientos alemanes. Entrando en línea con el Tercio de Toralto, los dos Tercios, reciben nuevos asaltos, principalmente de caballería.

Pero las picas y las armas de fuego se cobran un elevado peaje contra los jinetes protestantes.
Los dos primeros ataques han sido rechazados.
Se colocan en posición varias piezas, para batir a los dos Tercios, mientras que la artillería de la colina responde a su vez.
El Cardenal Infante y el resto de oficiales superiores ven que el esfuerzo principal (y casi único) del enemigo ha sido dirigido contra la colina de Albüch, por lo que se envían varias mangas de arcabuceros de los otros Tercios italianos, para reforzar al Tercio de Toralto que lleva más tiempo combatiendo. Del mismo modo, más escuadrones de jinetes se envían a las proximidades de la colina.

Se inicia un tercer ataque contra las posiciones españolas y las proximidades de la colina.
En el lateral derecho de la colina, se encuentran varias unidades de la Liga Católica, que deben retroceder su posición.
En cambio, el nuevo asalto, con gran caballería, contra los dos Tercios en lo alto de la cota, no logra nada. Italianos y españoles se mantienen en sus puestos,imperturbables.
Pero la retirada de las unidades de la Liga Católica, ponen en peligro la colina, por lo que la caballería se compromete de nuevo para restaurar la posición y los borgoñones de estas unidades se recuperen y ocupen de nuevo su posición.

A las siete de la mañana, nuevas mangas de arcabuceros llegan para reforzar a los dos valerosos Tercios, mientras el resto de unidades se aproximan a la base de la colina, para dificultar la subida de las unidades.



Nuevos asaltos se producen contra los dos Tercios. Las laderas de Albuch están repletas de cadáveres.
En ambos flancos de la colina, unidades de caballería de ambos bandos combate duramente. Tan pronto cobran ventaja los imperiales como los suecos. Todo parece apuntar a que la victoria la logrará quien domine la colina, más ya que por su valór táctico, porque se ha convertido en la fijación de los dos ejércitos.
Los suecos desvían más unidades hacia ese objetivo.
El Tercio de Martín de Idiaquez y el de Toralto aguantan nuevos ataques de jinetes e infantes... cuatro, cinco, seis, siete, ocho ataques son rechazados sin que los Tercios retrocedan ni una pulgada.
Los suecos se obsesionan con esa colina y con esos "desharrapados" a los que pensaban arrollar.
Incapaz de mantener la inactividad, el Duque de Lorena, de fogoso temperamento, ordena cargar a su unidad. Son jinetes de armadura completa, reminiscencia de los caballeros medievales.
Los nobles pesadamente acorazados, penetraron en las líneas enemigas, añadiendose a la gran meleé de caballería que se desarrollaba en los flancos.
Nuevos ataques se suceden contra la colina... nueve, diez, once, doce, trece, catorce asaltos son rechazados.
Los suecos y sus aliados protestantes chocan contra la muralla de los Tercios.
Los suecos se disponen a dar el golpe definitivo, los regimientos "negro" y "azul", junto con unidades de pistoleros suecos (una de las innovaciones del rey Gustavo Adolfo) se disponen a tomar la colina.
Enfrente tienen, como durante toda la batalla a los dos Tercios.

Martín de Idiaquez, que debía conocer la valía de las unidades que se disponían a atacarle, ordenó a sus hombres que cuando los suecos encararan sus armas para dispararles, se arrodillaran.
Esto, acostumbrados hoy en día a tácticas de combate de orden abierto, puede parecer algo sencillo. Pero la realidad es que en unas formaciones, en las que mantener su puesto correcto, era vital para asegurar la superioridad era algo complicado. De ahí, que apenas haya referencias a que esto se llevara a cabo con asiduidad. Pero es que los soldados del Tercio de Idiaquez, como ya mencioné, no eran unos soldados cualquiera. En ellos, multitud de veteranos y de capitanes reformados, formaban como simples soldados. No en vano, el propio Capitán Alatriste, combatirá en sucesivos libros, entre las filas del Tercio de Martín de Idiaquez, defendiendo con sus compañeros la colina de Albuch.
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Los españoles así lo hicieron y la descarga sueca pasó, practicamente sin causar ninguna baja. Acto seguido, los arcabuceros, mosqueteros y piqueros se pusieron en pie. Los piqueros, ràpidamente, adoptaron su posición y los tiradores, encararon sus armas y arrimaron la mecha a sus armas de fuego. La descarga fue horrible. El duque de Alba, recomendaba disparar a una distancia de dos picas, para asegurar los impactos.
La tormenta de fuego acabó con las primeras filas, (los más veteranos) de los soldados más escogidos de todo el ejército sueco.

Tras ese primer asalto sueco, los soldados españoles no pudieron contenerse. Hay que darse cuenta de la situación. El soldado español de la época, era impulsivo y feroz en el ataque. Tan solo la ferrea disciplina de los Tercios, les impedía abandonar su puesto.
Pero tras más de 10 ataques rechazados, sin haber podido contraatacar, sin retroceder un solo centímetro, algunos soldados no pudieron contenerse y se lanzaron contra los suecos, sin órdenes para ello.
Este tipo de situaciones les había costado a los Tercios alguna pequeña derrota en Flandes,y algún castigo ejemplar por no mantener la formación. La situación era peligrosa, pués abandonar la formación, de manera desordenada, era una invitación a la caballería enemiga para que intentara cazar a los grupos sueltos de españoles.
El caso es que dando el grito de guerra tradicional de la infantería española: "Santiago, cierra España", algunos grupos se abalanzaron solos contra las filas enemigas. Este impulsivo ataque le costó la vida a varios españoles, pero lograron hacer retroceder aún más a los castigados regimientos de élite suecos.
Finalmente, y a duras penas, los oficiales lograron que los soldados volvieran a su puesto en formación.
Eran las diez de la mañana, y el Tercio de Idiaquez y el de Toralto, mantenían sus posiciones desde el amanecer.

Tras estos ataques infructuosos, los suecos decidieron atacar al Tercio de Toralto, ya que los de Idiaquez no cedían. Pero los italianos, al igual que los españoles rechazaron los ataques de caballería e infantería.
Hasta entonces Weimar no ha atacado en su zona, tan solo ha mandado refuerzos al intento de tomar la colina. Adelanta un poco sus posiciones, y su caballería combate contra la imperial y la de la Liga católica.
El combate es intenso, y la caballería es reforzada por unos cuantos arcabuceros del Tercio de Fuenclara. También la posición en el Albuch es reforzada por un regimiento alemán.
El avance sueco en el llano es parado, tras una gran melée de caballería.
Y mientras, igual que desde que ha salido el sol, Toralto e Idiaquez mantienen sus posiciones y rechazan nuevos ataques, pero estos no son ya, tan fuertes como los que han soportado.
El ejército sueco comienza a dar muestras de agotamiento, no en vano, las laderas del Albuch, están alfombradas con cientos de sus hombres.

Los combates de caballería,en los que estaban saliendo victoriosos las tropas católicas en los flancos, amenazaban con terminar envolviendo al ejército protestante, comprometido casi en su totalidad en la toma de Albuch. Viendo el desarrollo de la situación, la moral combativa sueca comenzó a resquebrajarse. Los generales suecos, dándose cuenta que la batalla está perdida ordenan la retirada.
En ese momento, y observando como los suecos se retiran, el Tercio de Idiaquez carga colina abajo.
Tras haber resistido 15 asaltos enemigos, llegaba el momento del desquite. Los españoles se abalanzaron contra el enemigo en retirada, arrollando a los que hasta entonces, y desde las 5 de la mañana hasta las 12 del mediodía habían intentado echarles de la colina.
De la misma manera, las unidades de caballería, entre las que destacaron las de la Liga católica y los jinetes ligeros croatas se lanzaron contra el enemigo en retirada.
Fue un desastre. En lugar de una retirada ordenada, se convirtió en una huida. Los jinetes hicieron una carnicería con las tropas en huida. El ejército sueco quedó virtualmente deshecho.

La persecución continuó al día siguiente, aumentando el número de bajas.
De un total de unos 26.000 hombres, el ejército sueco pierde unos 21.000, de los que 4.000 son prisioneros, pasando la mayoría a combatir (como era habitual en la época) bajo las banderas imperiales.

Los españoles (italianos incluidos) tuvieron unos 1.500 muertos y heridos, y 2.000 entre imperiales y miembros de la Liga.

La victoria había sido absoluta, la noticia se extendió por Europa, el hasta entonces inbatido ejército sueco había sido derrotado. 50 banderas capturadas fueron enviadas a Madrid.
El sistema militar sueco, que se consideraba superior al español, hasta la fecha no había combatido más que contra ejércitos imperiales (con algún destacamento español) pero no contra tropas españolas.

España (aunque pocos se daban cuenta) comenzaba su declive, pero el sistema militar español todavía podía proporcionar días de gloria como así sería.
La victoria de Nordlingen significaría impedir el derrumbamiento del Imperio ante los protestantes, aunque a la larga significaría la entrada en la guerra de los 30 años de Francia. Al año siguiente, el Cardenal Richelieu, temeroso que anillo que podía forjarse entre España y el Imperio ahogase a su país, metió a Francia en el conflicto, dando lugar a una nueva etapa.

A pesar de todo esto, Nordlingen es una batalla que ha pasado desapercibida para la gran mayoría de los interesados en la historia militar, historiadores incluidos.
Pero la injusticia es mayor si cabe por la actuación del Tercio de Idiaquez y el de Toralto.
Pocas veces (por no decir nunca) una unidad militar, ha resistido desde el amanecer hasta el mediodía, en las condiciones que se encontraban (sin fortificar, de pie, sin formaciones abiertas) la serie de ataques, que estos soldados aguantaron. Hasta 15 asaltos rechazaron, incluso contraatacando en ocasiones.
Defiendo a quien me defiende.
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