HOMENAJE A MIGUEL DELIBES
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Bueno, esta mañana nos dejó uno de los escritores más importantes de este país. Creo que por su defensa del medio rural castellano; el amor por la caza y el cariño que mostraba por el campo se merece este pequeño homenaje. Toda una vida dedicada a contar como era la vida de los pueblos y las gentes de medio rural. Un gran escritor y una mejor persona. Mi más sentido pésame.
Que descanse en paz, don Miguel.
Que descanse en paz, don Miguel.
VALLADOLID
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Me sumo al homenaje a un gran escritor, gran cazador y conocedor del campo. He leído muchas de sus obras, y rercuerdo especialmente su "Diario de un Cazador", "Los Santos Inocentes" y "El Camino. Miguel Delibes charlaba con pastores y agricultores en sus salidas. Recuerdo siempre la frase de uno de sus artículos, hacía referencia a la mala situación de la agricultura y decía "se sube el precio de la azada pero no el de la patata".
Descanse en paz
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Anoche en el post de los libros ya puse mi dedicatoria, pero aprovechando la opcion de nuestro amigo peri y paisano del finado, vuelvo a poner algo que siempre me recuerda a Delibes, su magia para describir el campo castellano y su amor por su tierra.
El nos ha dejao pero sus palabra nos acompañaran mucho tiempo.Y el que deja una labor como la suya nunca llega a morir del todo, siempre que alguien este leyendo algun parrafo suyo, es estara vivo.
El nos ha dejao pero sus palabra nos acompañaran mucho tiempo.Y el que deja una labor como la suya nunca llega a morir del todo, siempre que alguien este leyendo algun parrafo suyo, es estara vivo.
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Me sumo al homenaje. estamos faltos siempre de mentes tan claras y lúcidas que defiendan al campo y los que habitamos en el. La recomendación que ha dejado al períodico "El Norte de Castilla" del que fué director es emotiva: Apoyar al campo y cuidad el lenguaje. Hasta siempre maestro. Uno de los mejores libros, aunque es dificil elegir uno, "El Hereje" (además sale parte de mi pueblo en el).
LABRADOR, YA ERES MAS DE LA TIERRA QUE DEL PUEBLO
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Nos ha dejado un buen compañero de labores. Espero que su recuerdo esté presente siempre entre nosotros, y sea el punto de referencia que tomamos en el horizonte para nuestras vidas, al igual que hacemos cuando empezamos a labrar un campo y conseguir una besana derecha.
Nos ha dejado, pero siempre estará en nuestro recuerdo.
Nos ha dejado, pero siempre estará en nuestro recuerdo.
Uno de los primeros libros serios que
ley fue Diario de un Cazador, me gusto tanto que lo ley dos veces
seguidas. Lorenzo y su amigo El Tochano, que personajes tan cercanos.
A partir de ahí e leído todo lo que a caído en mis manos.
Entrañable, grande Miguel Delibes.
Descanse en paz.
Villares2010-03-12 20:10:19
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el jueves creo que fue , hecharon el la 2 un reportaje muy bueno sobre la vida de felix rodriguez de la fuente y salio su amigo miguel delibes (hijo) se le vio buena persona ,, al padre para ser honestos no le conocia , de imagen ,, si por el famoso libro , los santos inocentes y su gran obra ,, pero pensaba que estaba ya muerto ,,, en fin que descanse en paz .
a ver si llego yo a su edad ,,,
a ver si llego yo a su edad ,,,
cada dia que pasa ZP , nos arruina mas .
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[QUOTE=Ebano58]¡¡¡Leamos sus libros!!!. Ese será nuestro mayor homenaje. D.E.P.[/QUOTE]
Totalmente de acuerdo con Ebano. Ese es el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor y esta es la gran virtud de los personajes de esta talla, que siempre perdurán aunque se hayan ido de este vida, a través del gran legado que aquí nos dejan.
D.E.P
PD: Yo me he propuesto leer la de "Cinco horas con Mario". Espero cumplirlo.
Totalmente de acuerdo con Ebano. Ese es el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor y esta es la gran virtud de los personajes de esta talla, que siempre perdurán aunque se hayan ido de este vida, a través del gran legado que aquí nos dejan.
D.E.P
PD: Yo me he propuesto leer la de "Cinco horas con Mario". Espero cumplirlo.
"No es lo mismo montar un follón, que fo*** un montón"
- Acyl
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Al hilo del aborto:
1
Aborto libre y progresismo
Miguel DELIBES de la Real Academia Española (reedición de hoy del artículo publicado en el ABC de hace unos pocos años)
Domingo , 14-03-10
En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante en este dilema es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.
La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad, habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.
Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para éstos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia.
En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podría atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podría recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: Esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.
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Aborto libre y progresismo
Miguel DELIBES de la Real Academia Española (reedición de hoy del artículo publicado en el ABC de hace unos pocos años)
Domingo , 14-03-10
En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante en este dilema es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.
La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad, habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.
Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para éstos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia.
En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podría atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podría recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: Esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.
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