Publicado: 04 Abr 2010, 22:55
Hoy domingo se ha publicado en la edicion del "el Pais Domingo" un reportaje sobre el cultivo de la soja, y como este cultivo a traves de los grupos de inversores ajenos al campo, esta destruyendo la diversidad agricola en Argentina, asi como, con la ayuda de las grandes multinacinales agroquimicas estan destruyendo pueblos y sus pequeños productores. Este año se espera cosecha recor 52 millones de toneladas. Os dejo el articulo y si puede ser nuestros compadres argentinos que nos expliquen un poco que es lo que esta sucediendo por aquellos lares y que parte de verdad tiene el articulo. http://www.elpais.com/articulo/reportaj ... ep_2/TesLa República de la Soja
El
cultivo masivo de la planta se lo come todo: vacas, pueblos,
tradiciones y trabajadores rurales. Argentina alcanza este año la mayor
cosecha de su historia, 52 millones de toneladas
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 04/04/2010
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Resultado 77 votos
En
la ribera del enorme río Paraná, cincuenta kilómetros al norte y otros
tantos al sur de la ciudad de Rosario, hay no menos de quince puertos
privados en los que hacían cola el pasado domingo dos decenas de buques
mercantes. Los barcos van a cargar y transportar hacia Asia, África y
Europa la mayor cosecha de soja de la historia de Argentina: más de 52
millones de toneladas.
HISTORIA DE LA FAMILIA PERALTA
La noticia en otros webs
webs en españolen otros idiomas
"Imposible arrancar la soja transgénica. Es un filón para pequeños y medianos productores", reconoce un diputado
La imparable mancha verde en Argentina tiene que ver con el aumento de la demanda de soja en China y otros países
Los cultivos engullen hasta los pueblos. Hay más de 60 municipios en peligro de extinción en la provincia de Santa Fe
El 'boom' agrícola argentino ha sacado al país de la crisis, pero ha desatado la pelea por ese excedente
A más de 500 kilómetros de Buenos Aires, la soja está plantada hasta en el arcén de la carretera. Todo por un quintal más
En los campos de la provincia de Santa Fe, en el corazón del océano
de soja en que se ha transformado la Pampa húmeda argentina, las
enormes cosechadoras trabajan hasta de madrugada, con sus potentes
faros encendidos en la inmensa soledad de la pradera y con conductores
que son relevados sobre la marcha, casi sin parar la máquina. Tienen
que levantar -recoger el grano- en muy pocas semanas y no hay
tiempo para descansar: miles de grandes camiones van y vienen,
recogiendo y llevando la soja a silos y puertos. Terminarán haciendo
unos cuatro millones de viajes al Paraná, de ida y vuelta, en menos de
dos meses.El oro verde, la soja, ha transformado Argentina en
muy pocos años: ha impulsado el crecimiento de la economía y la salida
de la crisis de 2001, ha cambiado la manera de vivir y de trabajar de
miles de productores agrícolas y de centenares de pequeñas localidades
rurales y ha extendido la frontera agrícola por donde antes había
pastos, otros cultivos, monte o simple paisaje. La soja se come
todo: vacas, pueblos, montes, tradiciones e incluso trabajadores
rurales, porque exige poca mano de obra y porque existe una creciente
concentración de la propiedad de la tierra. Algunos expertos empiezan a
estar preocupados."Hay que impedir que se siga plantando soja
donde antes no la había. Hemos pasado de siete millones de hectáreas de
soja en 2003 a los 20 millones de hectáreas que se sembraron esta
temporada", explica Marcelo Brignoni, diputado de la Asamblea de Santa
Fe. "Demasiada soja", admite el director de la revista Rosario Express,
Óscar Bertone. De 2009 a 2010 se pasó de 17,5 millones de hectáreas a
los 20 millones actuales. Se calcula que en toda Argentina hay
aproximadamente 31 millones de hectáreas de uso agrícola, lo que quiere
decir que la soja ya ocupa este año cerca del 64% de la superficie
cultivable total.La Pampa esta integrada por cinco provincias:
Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa Fe. En el núcleo
central están las tierras más fértiles de Argentina y posiblemente del
mundo. Hace siete años, una hectárea podía valer 2.000 dólares
estadounidenses. Hoy se llegan a pagar hasta 15.000 (aunque el promedio
ronda los 12.000 dólares por hectárea). El cambio radical ha llegado
precisamente de mano de la soja. De las necesidades de China, que la
paga a muy buen precio, y de la soja transgénica (que va ligada
inexorablemente al uso del herbicida glifosato), que es la que está
permitiendo rendimientos muy elevados, con promedios de 4.000 kilos y
casos de hasta 10 toneladas por hectárea. Es fácil hacerse una idea del
dinero que se mueve estos días en el campo argentino: en la Bolsa de
Chicago se estaba pagando esta semana entre 355 y 358 dólares por
tonelada de soja.Al norte de Rosario, por la Ruta 9, hacia
Cañada de Gómez, y más al norte, por la Ruta 13, se van pasando los
pueblos sojeros: Las Parejas, Los Cardos, Las Rosas, El Trébol, Carlos
Pellegrini, San Jorge. Estamos a más de 500 kilómetros de Buenos Aires,
capital federal, y la soja está plantada hasta en los arcenes de la
carretera, más allá de las cercas de las fincas. Cualquier espacio es
aprovechable para cosechar un quintal más. Se nota que hay dinero
porque a la entrada de algunas localidades hay una interminable fila de
comercios de semillas y de herramientas agrícolas.Hernán tiene
33 años y cara de niño. A la vera de un campo cerca de Los Cardos
vigila nervioso el trabajo de dos de sus tres cosechadoras. Hernán es
contratista de maquinaria agrícola y controla que nadie pierda un
minuto. Hay muchos campos esperando sus máquinas y no se puede dar
respiro a nadie. La cosechadora más cercana no es de las más grandes,
pero tiene que levantar 80 hectáreas en menos de 14 horas,
afirma. Él vive en Armstrong, una localidad de unos 11.000 habitantes
conocida por su dedicación a la maquinaria agrícola. "Mi papá tiene un
campo de 68 hectáreas. Con eso se puede vivir bien. Mi hermano es
ingeniero; mi hermana, maestra, y yo dejé los estudios para quedarme
aquí y hacerme contratista". Antes de que acabe la campaña calcula que
habrá levantado más de 2.000 hectáreas de soja.Al pasar
cerca de El Trébol, a las cuatro de la tarde, sorprende ver un campo de
golf impoluto en el que varios hombres relativamente jóvenes practican
para mejorar su hándicap. ¿No deberían estar en la cosecha? "Bueno, la
mayoría de ellos habrá alquilado las tierras a un pool [asociación de inversores] de siembra. La verdad es que no tienen mucho que hacer", explica Marcelo Brignoni."Esa
es una de las grandes transformaciones sociales que ha acarreado la
soja transgénica", comenta el diputado de Santa Fe. "Los padres de esos
jugadores de golf se subían al tractor a las cinco de la mañana y se
bajaban a las seis de la tarde. Sus hijos no van a volver a trabajar
nunca más: simplemente, alquilan sus tierras y reciben el dinero
correspondiente. Por 50 hectáreas pueden sacar hasta 90.000 pesos de
renta anual", explica. Son unos 18.000 euros, pero en Argentina no se
trata de poco dinero. Un profesional joven que trabaje en la capital
federal, un médico, un profesor de universidad o un periodista, no
cobra más de 7.000 o 7.500 euros al año. Esos agricultores, que viven
en núcleos rurales, reciben más del doble por no hacer absolutamente
nada. "¿Comprende usted por qué es tan difícil debatir sobre la soja en
este país?", se lamenta el diputado de Santa Fe.Brignoni
pertenece a un partido relativamente nuevo, de raíz socialista, que se
llama Nuevo Encuentro (su líder nacional es Martín Sabbatella), y
conoce muy bien la realidad de su provincia. "Es absurdo querer que se
prohíba el glifosato, como dicen algunos ecologistas, o que se arranque
la soja transgénica. Eso es imposible. No se trata sólo de los
intereses de los grandes terratenientes, sino de los pequeños y
medianos productores, que han encontrado en la soja transgénica un
verdadero filón y se han convertido en sus más ardientes defensores".
De hecho, afirma Brignoni, los grandes hacendados, los ricos de toda la
vida, los de la llamada Sociedad Rural (uno de cuyos presidentes fue
José Martínez de Hoz, el ministro de Economía de la dictadura militar),
conservan sus negocios ganaderos."Ellos siguen teniendo vacas y simplemente ponen dinero en los pool
de siembra y en fideicomisos de inversión, conglomerados financieros
que alquilan los campos de los pequeños y medianos y plantan allí la
soja". Uno de los mayores pools del país es el organizado por
Gustavo Grobocopatel, un ingeniero que se presenta como el nuevo modelo
de empresario agrícola y que confiesa controlar 250.000 hectáreas,
aunque algunos ecologistas afirman que en realidad duplica esa cifra,
si se cuentan los campos alquilados en Paraguay y Brasil.Para
muchos expertos, el cultivo de la soja funciona cada día más como un
cartel, con el resultado de que cada vez hay menos productores rurales
en Argentina. Según datos de 2009, en todo el país hay censados 276.581
productores agrarios, la mitad de los que había registrados en 1969,
cuando llegó la primera soja. Han desaparecido miles de viviendas
rurales, cuyos dueños se han ido a vivir a los pueblos y ciudades
cercanos. El censo de población rural dispersa, que caracterizó durante
muchos años a Argentina y marcó su carácter, ha sufrido una disminución
radical. Incluso los pueblos más pequeños han terminado por borrarse,
engullidos por el mar verde. En Santa Fe afirman que de un total de 352
municipios, hay más de 60 en peligro de extinción."Lo normal
sería que estos fueran grandes temas de debate político", afirma
Brignoni. "Pero no es posible casi hablar de estos asuntos porque, por
ejemplo, de los 19 miembros del Senado de Santa Fe, 14 están viviendo
de la soja. El político más famoso de la provincia, Carlos Reutemann,
posible candidato peronista a la presidencia de Argentina, es un gran
productor de soja. Todos ellos deberían abstenerse cuando se tratan
asuntos relacionados con ese cultivo, pero, por supuesto, no lo hacen".
El diputado se queja también de grandes medios informativos que tienen
intereses en el negocio de la soja, "así que tampoco es fácil conseguir
que abran ese debate. Y así va pasando el tiempo y seguimos sin saber
bien la magnitud del daño creado por la llamada siembra directa o el
avance de la frontera de la soja".La idea de la frontera
de la soja no proviene de los ecologistas, sino de un anuncio
publicitario que lanzó hace unos años Syngenta, la mayor empresa
agroquímica del mundo, nacida de la fusión de Novartis y Astra-Zeneca.
Se trataba de un mapa de una ficticia "República Unida de la Soja", un
territorio que abarcaba amplias zonas de Argentina, Brasil, Paraguay,
Uruguay y el área de Santa Cruz, en Bolivia, cubierto enteramente por
el cultivo de la soja transgénica. La soja no conoce fronteras, decía
Syngenta, pero los grupos ecologistas llamaron rápidamente la atención
sobre la metáfora de una multinacional que marca las fronteras de una república en la que imperan sus reglas y sus leyes, y el escándalo fue mayúsculo. Impresionaba, sobre todo, ver la extensión de la república por
la Amazonia brasileña, donde la soja, junto con la ganadería, es la
principal causa de deforestación. Cuanto más sube el precio de la soja,
más avanza la tala de árboles y más se hace retroceder la selva.La
soja ha cambiado también profundamente el río Paraná. En menos de diez
años, en las cercanías de la ciudad de Rosario, al norte y al sur, ha
crecido el mayor conglomerado de exportación de grano, harina y aceite
del país. El 80% de la producción de cereales de Argentina saldrá por
alguno de los 15 puertos que jalonan este corto trecho del río. La
entrada en todos ellos está prohibida: son empresas privadas, nacidas
la mayoría durante el gobierno de Carlos Menem, y por algún motivo no
muy comprensible se muestran muy celosas de su actividad.Afortunadamente,
el río es público, y un paseo en lancha permite apreciar el tamaño y
características de los embarques. Timbúes, Puerto General San Martín,
Terminal 6, Vicentín, Gobernador Gálvez, Puerto Esther. En todos ellos
hay barcos a la espera de recibir su carga y llevarla por el mundo,
sobre todo a China, donde ha aumentado espectacularmente la demanda de
este producto. Lo normal es que no tarden más de dos días, como máximo,
en poder partir. Hoy, domingo, hay huelga de estibadores en algunos de
esos puertos y la cola parece más larga. En San Lorenzo carga el Shearwater, de bandera panameña, pero esperan el Pearl Venus, el Marillion, el Poavosa Wisdom, Sea and Sea, Alda, que tiene bandera de Malta, y el Pacific Basin.
Muchos van para Asia. Otros, a Egipto, India y Europa, bajando hacia el
océano a través de la famosa hidrovía, el canal de gestión privada que
se creó durante la época de Menem y que garantiza una vía limpia
y señalizada dentro del río. La empresa gestora, con capital argentino
y belga, acaba de extender por ocho años la concesión que vencía en
2013 y permiso para ampliar sus actividades en 654 nuevos kilómetros.El
mayor trasiego se está produciendo, sin embargo, en las carreteras. En
algunas, los bordes están ya amarillos, rebosantes de las pequeñas
bolitas de soja que se escurren de los transportes. Algunos productores
guardan el grano en enormes silo-bolsas de plástico (200 toneladas), en
el propio campo, a la espera de tener transporte hacia los silos
comunes o hacia los puertos. Otros consiguen acceder directamente a los
grandes silos de cemento situados, irónicamente, a los dos lados de
vías de ferrocarril que recorrían hace años la Pampa y que ahora lucen
completamente abandonadas porque dejaron de funcionar en la época de
las privatizaciones. En cualquier caso, el rey del transporte es el
camión, imbatible en recorridos de menos de 400 kilómetros y capaz de
transportar 30 toneladas en cada viaje.Los estacionamientos de
los puertos y algunos arcenes de las carreteras están abarrotados estos
días con 5.000 camiones atrapados por la huelga. "Como máximo, solemos
tardar cinco horas en descargar y volver a salir", explica Alberto, que
acaba de estacionar. En cuanto esté vacío, volverá a salir hacia el
interior, en un incesante ir y venir que durará al menos ocho semanas.
Otra consecuencia lateral del imperio de la soja es el poder alcanzado
en pocos años por el sindicato de camioneros, que dirige Hugo Moyano,
líder de la central peronista CGT y gran apoyo de los Kirchner, que
muchos comparan ya con el mafioso norteamericano Jimmy Hoffa.El boom
agrícola argentino sacó al país de la crisis, coinciden casi todos los
economistas argentinos. Pero desencadenó también una fuerte pelea por
la distribución de ese excedente. Ahora, el Gobierno central se queda
con un 35% del valor de la cosecha, un impuesto que se convierte en uno
de sus principales recursos fiscales. El intento de introducir un nuevo
sistema impositivo terminó en una feroz batalla política que perdió
Cristina Fernández de Kirchner. El poder de la soja, que se extiende
como una imparable mancha verde, parece cada día más fuerte, y la
república unida de la soja, con sus nuevas reglas y modos de vida, cada
día más real. No todo el mundo se beneficia del cambio y las
estadísticas indican que la soja no es la panacea que puede acabar con
la pobreza rural. Por el contrario, en muchas áreas de la nueva
frontera aumenta la indigencia y el malestar de los campesinos. En el
Chaco, al noreste, por ejemplo, la expansión de la soja se está
haciendo a expensas de tierras que estaban ocupadas por monte y pastos,
sin beneficio alguno para los productores locales. Allí no hay campos
de golf, sino indígenas. La soja se lo come todo y, en algunos lugares,
no devuelve nada.
HISTORIA DE LA FAMILIA PERALTA
Nuestra hija se enfermó por las fumigaciones Los ecologistas
argentinos están de enhorabuena. Por primera vez, la Cámara de lo Civil
y Comercial de Santa Fe ha prohibido que se fumigue con glifosato a
menos de 800 metros de las zonas rurales habitadas y, lo que es más
importante, ha exigido que el Gobierno de la provincia y la Universidad
Nacional del Litoral demuestren, en un plazo máximo de seis meses, que
el herbicida no es perjudicial para la salud de los humanos. Al
invertir la carga de la prueba, los jueces han dado un paso inesperado
que coloca la pelota no en el campo de los afectados, generalmente
personas humildes que no disponen de medios para encargar análisis,
sino de las poderosas empresas fabricantes de productos agroquímicos.El
fallo judicial se produjo a raíz de una demanda presentada por Viviana
Peralta, una mujer, madre de seis hijos, que vive en San Jorge, en el
barrio empobrecido que se levanta al final de la calle Urquiza. "A
nosotros, como a todo el pueblo, nos resultaba normal que la soja
estuviera plantada hasta el borde de nuestra calle y que los mosquitos,
las grandes máquinas fumigadoras, trabajaran al lado de nuestro patio",
explica. "Pero, de repente, nuestra hija pequeña, Ailén, de dos años,
empezó a ponerse muy enferma cada vez que esparcían glifosato. Le daban
bronco-espasmos y no podía respirar. Una vez incluso se desmayó". Lleno
de amargura, el marido de Viviana cuenta: "Cuando fui a presentar la
demanda, el juez me obligó a poner lo único que tengo, una pequeña
motocicleta, como fianza".Micaela, de 15 años; Gabriel, de 13, y
la pequeña Ailén nos muestran hasta dónde llegaba la soja. "Ahora crece
el matorral, pero hace dos años los mosquitos estaban a la
puerta de casa", explica Micaela. ¿Cómo ha reaccionado el pueblo ante
el fallo judicial? No muy bien, asegura su padre. "Aquí hay mucha gente
que se beneficia de la soja y no quiere ni oír hablar de regulaciones.
Hay que andarse con cuidado", mantiene."Yo conozco a un
productor del pueblo de Piamonte cuya mujer e hija tienen leucemia,
pero que no quiere que se estudie siquiera si hay una mayor incidencia
de cáncer en la zona ni si los agroquímicos pueden tener algo que ver",
abunda el diputado Marcelo Brignoni. "Para él, la soja es,
precisamente, lo que le permite pagar los tratamientos médicos".Sin
siembra directa y sin glifosato no existiría el milagro de la soja
argentina. La siembra directa permite plantar la soja sin prácticamente
labrar o arar el suelo y manteniendo los rastrojos de cosechas
anteriores. Ofrece un alto rendimiento. Para los ecologistas, impide la
oxigenación de la tierra y va "comiéndose" los nutrientes. Para sus
defensores, evita la degradación y mejora el aprovechamiento del agua
de lluvia. El glifosato, conocido en Argentina como Roundup, la marca
de la empresa Monsalto, se fumiga sobre los campos de soja transgénica
y acaba con todo lo que no sea esa poderosa plantita verde.Los
expertos indican que se utilizan unos diez litros de glifosato por
hectárea y que en 2009 se rociaron más de 175 millones de litros de ese
herbicida. Argentina no es el único país del mundo en el que se emplea
el roundup. Es un producto de baja toxicidad, insiste la Cámara
de Sanidad Agropecuaria de Santa Fe, que tiene la aprobación de la
Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO). "Lo que
importa ahora es que los jueces van a obligar a las autoridades
públicas a demostrar que eso es así. Eso es lo que queremos los de este
barrio", se alegra Viviana Peralta.
El
cultivo masivo de la planta se lo come todo: vacas, pueblos,
tradiciones y trabajadores rurales. Argentina alcanza este año la mayor
cosecha de su historia, 52 millones de toneladas
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 04/04/2010
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En
la ribera del enorme río Paraná, cincuenta kilómetros al norte y otros
tantos al sur de la ciudad de Rosario, hay no menos de quince puertos
privados en los que hacían cola el pasado domingo dos decenas de buques
mercantes. Los barcos van a cargar y transportar hacia Asia, África y
Europa la mayor cosecha de soja de la historia de Argentina: más de 52
millones de toneladas.
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"Imposible arrancar la soja transgénica. Es un filón para pequeños y medianos productores", reconoce un diputado
La imparable mancha verde en Argentina tiene que ver con el aumento de la demanda de soja en China y otros países
Los cultivos engullen hasta los pueblos. Hay más de 60 municipios en peligro de extinción en la provincia de Santa Fe
El 'boom' agrícola argentino ha sacado al país de la crisis, pero ha desatado la pelea por ese excedente
A más de 500 kilómetros de Buenos Aires, la soja está plantada hasta en el arcén de la carretera. Todo por un quintal más
En los campos de la provincia de Santa Fe, en el corazón del océano
de soja en que se ha transformado la Pampa húmeda argentina, las
enormes cosechadoras trabajan hasta de madrugada, con sus potentes
faros encendidos en la inmensa soledad de la pradera y con conductores
que son relevados sobre la marcha, casi sin parar la máquina. Tienen
que levantar -recoger el grano- en muy pocas semanas y no hay
tiempo para descansar: miles de grandes camiones van y vienen,
recogiendo y llevando la soja a silos y puertos. Terminarán haciendo
unos cuatro millones de viajes al Paraná, de ida y vuelta, en menos de
dos meses.El oro verde, la soja, ha transformado Argentina en
muy pocos años: ha impulsado el crecimiento de la economía y la salida
de la crisis de 2001, ha cambiado la manera de vivir y de trabajar de
miles de productores agrícolas y de centenares de pequeñas localidades
rurales y ha extendido la frontera agrícola por donde antes había
pastos, otros cultivos, monte o simple paisaje. La soja se come
todo: vacas, pueblos, montes, tradiciones e incluso trabajadores
rurales, porque exige poca mano de obra y porque existe una creciente
concentración de la propiedad de la tierra. Algunos expertos empiezan a
estar preocupados."Hay que impedir que se siga plantando soja
donde antes no la había. Hemos pasado de siete millones de hectáreas de
soja en 2003 a los 20 millones de hectáreas que se sembraron esta
temporada", explica Marcelo Brignoni, diputado de la Asamblea de Santa
Fe. "Demasiada soja", admite el director de la revista Rosario Express,
Óscar Bertone. De 2009 a 2010 se pasó de 17,5 millones de hectáreas a
los 20 millones actuales. Se calcula que en toda Argentina hay
aproximadamente 31 millones de hectáreas de uso agrícola, lo que quiere
decir que la soja ya ocupa este año cerca del 64% de la superficie
cultivable total.La Pampa esta integrada por cinco provincias:
Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa Fe. En el núcleo
central están las tierras más fértiles de Argentina y posiblemente del
mundo. Hace siete años, una hectárea podía valer 2.000 dólares
estadounidenses. Hoy se llegan a pagar hasta 15.000 (aunque el promedio
ronda los 12.000 dólares por hectárea). El cambio radical ha llegado
precisamente de mano de la soja. De las necesidades de China, que la
paga a muy buen precio, y de la soja transgénica (que va ligada
inexorablemente al uso del herbicida glifosato), que es la que está
permitiendo rendimientos muy elevados, con promedios de 4.000 kilos y
casos de hasta 10 toneladas por hectárea. Es fácil hacerse una idea del
dinero que se mueve estos días en el campo argentino: en la Bolsa de
Chicago se estaba pagando esta semana entre 355 y 358 dólares por
tonelada de soja.Al norte de Rosario, por la Ruta 9, hacia
Cañada de Gómez, y más al norte, por la Ruta 13, se van pasando los
pueblos sojeros: Las Parejas, Los Cardos, Las Rosas, El Trébol, Carlos
Pellegrini, San Jorge. Estamos a más de 500 kilómetros de Buenos Aires,
capital federal, y la soja está plantada hasta en los arcenes de la
carretera, más allá de las cercas de las fincas. Cualquier espacio es
aprovechable para cosechar un quintal más. Se nota que hay dinero
porque a la entrada de algunas localidades hay una interminable fila de
comercios de semillas y de herramientas agrícolas.Hernán tiene
33 años y cara de niño. A la vera de un campo cerca de Los Cardos
vigila nervioso el trabajo de dos de sus tres cosechadoras. Hernán es
contratista de maquinaria agrícola y controla que nadie pierda un
minuto. Hay muchos campos esperando sus máquinas y no se puede dar
respiro a nadie. La cosechadora más cercana no es de las más grandes,
pero tiene que levantar 80 hectáreas en menos de 14 horas,
afirma. Él vive en Armstrong, una localidad de unos 11.000 habitantes
conocida por su dedicación a la maquinaria agrícola. "Mi papá tiene un
campo de 68 hectáreas. Con eso se puede vivir bien. Mi hermano es
ingeniero; mi hermana, maestra, y yo dejé los estudios para quedarme
aquí y hacerme contratista". Antes de que acabe la campaña calcula que
habrá levantado más de 2.000 hectáreas de soja.Al pasar
cerca de El Trébol, a las cuatro de la tarde, sorprende ver un campo de
golf impoluto en el que varios hombres relativamente jóvenes practican
para mejorar su hándicap. ¿No deberían estar en la cosecha? "Bueno, la
mayoría de ellos habrá alquilado las tierras a un pool [asociación de inversores] de siembra. La verdad es que no tienen mucho que hacer", explica Marcelo Brignoni."Esa
es una de las grandes transformaciones sociales que ha acarreado la
soja transgénica", comenta el diputado de Santa Fe. "Los padres de esos
jugadores de golf se subían al tractor a las cinco de la mañana y se
bajaban a las seis de la tarde. Sus hijos no van a volver a trabajar
nunca más: simplemente, alquilan sus tierras y reciben el dinero
correspondiente. Por 50 hectáreas pueden sacar hasta 90.000 pesos de
renta anual", explica. Son unos 18.000 euros, pero en Argentina no se
trata de poco dinero. Un profesional joven que trabaje en la capital
federal, un médico, un profesor de universidad o un periodista, no
cobra más de 7.000 o 7.500 euros al año. Esos agricultores, que viven
en núcleos rurales, reciben más del doble por no hacer absolutamente
nada. "¿Comprende usted por qué es tan difícil debatir sobre la soja en
este país?", se lamenta el diputado de Santa Fe.Brignoni
pertenece a un partido relativamente nuevo, de raíz socialista, que se
llama Nuevo Encuentro (su líder nacional es Martín Sabbatella), y
conoce muy bien la realidad de su provincia. "Es absurdo querer que se
prohíba el glifosato, como dicen algunos ecologistas, o que se arranque
la soja transgénica. Eso es imposible. No se trata sólo de los
intereses de los grandes terratenientes, sino de los pequeños y
medianos productores, que han encontrado en la soja transgénica un
verdadero filón y se han convertido en sus más ardientes defensores".
De hecho, afirma Brignoni, los grandes hacendados, los ricos de toda la
vida, los de la llamada Sociedad Rural (uno de cuyos presidentes fue
José Martínez de Hoz, el ministro de Economía de la dictadura militar),
conservan sus negocios ganaderos."Ellos siguen teniendo vacas y simplemente ponen dinero en los pool
de siembra y en fideicomisos de inversión, conglomerados financieros
que alquilan los campos de los pequeños y medianos y plantan allí la
soja". Uno de los mayores pools del país es el organizado por
Gustavo Grobocopatel, un ingeniero que se presenta como el nuevo modelo
de empresario agrícola y que confiesa controlar 250.000 hectáreas,
aunque algunos ecologistas afirman que en realidad duplica esa cifra,
si se cuentan los campos alquilados en Paraguay y Brasil.Para
muchos expertos, el cultivo de la soja funciona cada día más como un
cartel, con el resultado de que cada vez hay menos productores rurales
en Argentina. Según datos de 2009, en todo el país hay censados 276.581
productores agrarios, la mitad de los que había registrados en 1969,
cuando llegó la primera soja. Han desaparecido miles de viviendas
rurales, cuyos dueños se han ido a vivir a los pueblos y ciudades
cercanos. El censo de población rural dispersa, que caracterizó durante
muchos años a Argentina y marcó su carácter, ha sufrido una disminución
radical. Incluso los pueblos más pequeños han terminado por borrarse,
engullidos por el mar verde. En Santa Fe afirman que de un total de 352
municipios, hay más de 60 en peligro de extinción."Lo normal
sería que estos fueran grandes temas de debate político", afirma
Brignoni. "Pero no es posible casi hablar de estos asuntos porque, por
ejemplo, de los 19 miembros del Senado de Santa Fe, 14 están viviendo
de la soja. El político más famoso de la provincia, Carlos Reutemann,
posible candidato peronista a la presidencia de Argentina, es un gran
productor de soja. Todos ellos deberían abstenerse cuando se tratan
asuntos relacionados con ese cultivo, pero, por supuesto, no lo hacen".
El diputado se queja también de grandes medios informativos que tienen
intereses en el negocio de la soja, "así que tampoco es fácil conseguir
que abran ese debate. Y así va pasando el tiempo y seguimos sin saber
bien la magnitud del daño creado por la llamada siembra directa o el
avance de la frontera de la soja".La idea de la frontera
de la soja no proviene de los ecologistas, sino de un anuncio
publicitario que lanzó hace unos años Syngenta, la mayor empresa
agroquímica del mundo, nacida de la fusión de Novartis y Astra-Zeneca.
Se trataba de un mapa de una ficticia "República Unida de la Soja", un
territorio que abarcaba amplias zonas de Argentina, Brasil, Paraguay,
Uruguay y el área de Santa Cruz, en Bolivia, cubierto enteramente por
el cultivo de la soja transgénica. La soja no conoce fronteras, decía
Syngenta, pero los grupos ecologistas llamaron rápidamente la atención
sobre la metáfora de una multinacional que marca las fronteras de una república en la que imperan sus reglas y sus leyes, y el escándalo fue mayúsculo. Impresionaba, sobre todo, ver la extensión de la república por
la Amazonia brasileña, donde la soja, junto con la ganadería, es la
principal causa de deforestación. Cuanto más sube el precio de la soja,
más avanza la tala de árboles y más se hace retroceder la selva.La
soja ha cambiado también profundamente el río Paraná. En menos de diez
años, en las cercanías de la ciudad de Rosario, al norte y al sur, ha
crecido el mayor conglomerado de exportación de grano, harina y aceite
del país. El 80% de la producción de cereales de Argentina saldrá por
alguno de los 15 puertos que jalonan este corto trecho del río. La
entrada en todos ellos está prohibida: son empresas privadas, nacidas
la mayoría durante el gobierno de Carlos Menem, y por algún motivo no
muy comprensible se muestran muy celosas de su actividad.Afortunadamente,
el río es público, y un paseo en lancha permite apreciar el tamaño y
características de los embarques. Timbúes, Puerto General San Martín,
Terminal 6, Vicentín, Gobernador Gálvez, Puerto Esther. En todos ellos
hay barcos a la espera de recibir su carga y llevarla por el mundo,
sobre todo a China, donde ha aumentado espectacularmente la demanda de
este producto. Lo normal es que no tarden más de dos días, como máximo,
en poder partir. Hoy, domingo, hay huelga de estibadores en algunos de
esos puertos y la cola parece más larga. En San Lorenzo carga el Shearwater, de bandera panameña, pero esperan el Pearl Venus, el Marillion, el Poavosa Wisdom, Sea and Sea, Alda, que tiene bandera de Malta, y el Pacific Basin.
Muchos van para Asia. Otros, a Egipto, India y Europa, bajando hacia el
océano a través de la famosa hidrovía, el canal de gestión privada que
se creó durante la época de Menem y que garantiza una vía limpia
y señalizada dentro del río. La empresa gestora, con capital argentino
y belga, acaba de extender por ocho años la concesión que vencía en
2013 y permiso para ampliar sus actividades en 654 nuevos kilómetros.El
mayor trasiego se está produciendo, sin embargo, en las carreteras. En
algunas, los bordes están ya amarillos, rebosantes de las pequeñas
bolitas de soja que se escurren de los transportes. Algunos productores
guardan el grano en enormes silo-bolsas de plástico (200 toneladas), en
el propio campo, a la espera de tener transporte hacia los silos
comunes o hacia los puertos. Otros consiguen acceder directamente a los
grandes silos de cemento situados, irónicamente, a los dos lados de
vías de ferrocarril que recorrían hace años la Pampa y que ahora lucen
completamente abandonadas porque dejaron de funcionar en la época de
las privatizaciones. En cualquier caso, el rey del transporte es el
camión, imbatible en recorridos de menos de 400 kilómetros y capaz de
transportar 30 toneladas en cada viaje.Los estacionamientos de
los puertos y algunos arcenes de las carreteras están abarrotados estos
días con 5.000 camiones atrapados por la huelga. "Como máximo, solemos
tardar cinco horas en descargar y volver a salir", explica Alberto, que
acaba de estacionar. En cuanto esté vacío, volverá a salir hacia el
interior, en un incesante ir y venir que durará al menos ocho semanas.
Otra consecuencia lateral del imperio de la soja es el poder alcanzado
en pocos años por el sindicato de camioneros, que dirige Hugo Moyano,
líder de la central peronista CGT y gran apoyo de los Kirchner, que
muchos comparan ya con el mafioso norteamericano Jimmy Hoffa.El boom
agrícola argentino sacó al país de la crisis, coinciden casi todos los
economistas argentinos. Pero desencadenó también una fuerte pelea por
la distribución de ese excedente. Ahora, el Gobierno central se queda
con un 35% del valor de la cosecha, un impuesto que se convierte en uno
de sus principales recursos fiscales. El intento de introducir un nuevo
sistema impositivo terminó en una feroz batalla política que perdió
Cristina Fernández de Kirchner. El poder de la soja, que se extiende
como una imparable mancha verde, parece cada día más fuerte, y la
república unida de la soja, con sus nuevas reglas y modos de vida, cada
día más real. No todo el mundo se beneficia del cambio y las
estadísticas indican que la soja no es la panacea que puede acabar con
la pobreza rural. Por el contrario, en muchas áreas de la nueva
frontera aumenta la indigencia y el malestar de los campesinos. En el
Chaco, al noreste, por ejemplo, la expansión de la soja se está
haciendo a expensas de tierras que estaban ocupadas por monte y pastos,
sin beneficio alguno para los productores locales. Allí no hay campos
de golf, sino indígenas. La soja se lo come todo y, en algunos lugares,
no devuelve nada.
HISTORIA DE LA FAMILIA PERALTA
Nuestra hija se enfermó por las fumigaciones Los ecologistas
argentinos están de enhorabuena. Por primera vez, la Cámara de lo Civil
y Comercial de Santa Fe ha prohibido que se fumigue con glifosato a
menos de 800 metros de las zonas rurales habitadas y, lo que es más
importante, ha exigido que el Gobierno de la provincia y la Universidad
Nacional del Litoral demuestren, en un plazo máximo de seis meses, que
el herbicida no es perjudicial para la salud de los humanos. Al
invertir la carga de la prueba, los jueces han dado un paso inesperado
que coloca la pelota no en el campo de los afectados, generalmente
personas humildes que no disponen de medios para encargar análisis,
sino de las poderosas empresas fabricantes de productos agroquímicos.El
fallo judicial se produjo a raíz de una demanda presentada por Viviana
Peralta, una mujer, madre de seis hijos, que vive en San Jorge, en el
barrio empobrecido que se levanta al final de la calle Urquiza. "A
nosotros, como a todo el pueblo, nos resultaba normal que la soja
estuviera plantada hasta el borde de nuestra calle y que los mosquitos,
las grandes máquinas fumigadoras, trabajaran al lado de nuestro patio",
explica. "Pero, de repente, nuestra hija pequeña, Ailén, de dos años,
empezó a ponerse muy enferma cada vez que esparcían glifosato. Le daban
bronco-espasmos y no podía respirar. Una vez incluso se desmayó". Lleno
de amargura, el marido de Viviana cuenta: "Cuando fui a presentar la
demanda, el juez me obligó a poner lo único que tengo, una pequeña
motocicleta, como fianza".Micaela, de 15 años; Gabriel, de 13, y
la pequeña Ailén nos muestran hasta dónde llegaba la soja. "Ahora crece
el matorral, pero hace dos años los mosquitos estaban a la
puerta de casa", explica Micaela. ¿Cómo ha reaccionado el pueblo ante
el fallo judicial? No muy bien, asegura su padre. "Aquí hay mucha gente
que se beneficia de la soja y no quiere ni oír hablar de regulaciones.
Hay que andarse con cuidado", mantiene."Yo conozco a un
productor del pueblo de Piamonte cuya mujer e hija tienen leucemia,
pero que no quiere que se estudie siquiera si hay una mayor incidencia
de cáncer en la zona ni si los agroquímicos pueden tener algo que ver",
abunda el diputado Marcelo Brignoni. "Para él, la soja es,
precisamente, lo que le permite pagar los tratamientos médicos".Sin
siembra directa y sin glifosato no existiría el milagro de la soja
argentina. La siembra directa permite plantar la soja sin prácticamente
labrar o arar el suelo y manteniendo los rastrojos de cosechas
anteriores. Ofrece un alto rendimiento. Para los ecologistas, impide la
oxigenación de la tierra y va "comiéndose" los nutrientes. Para sus
defensores, evita la degradación y mejora el aprovechamiento del agua
de lluvia. El glifosato, conocido en Argentina como Roundup, la marca
de la empresa Monsalto, se fumiga sobre los campos de soja transgénica
y acaba con todo lo que no sea esa poderosa plantita verde.Los
expertos indican que se utilizan unos diez litros de glifosato por
hectárea y que en 2009 se rociaron más de 175 millones de litros de ese
herbicida. Argentina no es el único país del mundo en el que se emplea
el roundup. Es un producto de baja toxicidad, insiste la Cámara
de Sanidad Agropecuaria de Santa Fe, que tiene la aprobación de la
Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO). "Lo que
importa ahora es que los jueces van a obligar a las autoridades
públicas a demostrar que eso es así. Eso es lo que queremos los de este
barrio", se alegra Viviana Peralta.